La taberna de Anduar

Lugar de paso de viajeros de los más recónditos lugares, escenario de juglares ambulantes, trobadores, actores, magos y poetas. En ocasiones tranquila, ve turbada su paz por alguna pequeña rencilla, por el bofetón en la cara recibido tras un comentario poco afortunado a la tabernera... Las gentes del lugar acuden a escuchar mil historias...

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Lugar: Barcelona, Barcelona, Spain

Alocada y psicopática, con la carrera de Empresariales a la espalda ya finalizada, mis alas son sueños de escritora novel. Cuando empecé este blog, estaba viviendo a caballo entre Madrid y Barcelona. Después me establecí en Barcelona en un piso de alquiler. Mucho ha llovido desde entonces. Hoy en día, vivo en una ciudad en las afueras, y mis nuevas obligaciones incluyen el pago de la hipoteca y ser una vecina respetable, a parte de mi sempiterno trabajo a jornada completa. Madre adoptiva vocacional de dos bolas peludas y felinas de nombre Aemon y Rei. Lo que espero en un futuro es viajar más, tener menos estupideces en la cabeza, pero tener siempre presente que madurar no es dejar mi parte de niño atrás.

martes, julio 11, 2006

Poul Anderson - La reina del aire y la oscuridad

Bienvenidos Anduar, ciudad cosmopolita.

Hogar de bardos, escuela de magia.

Anduar, con sus calles y recovecos, con su barrio de nobles y mercaderes rodeado por jardines de ricos mercaderes que han hecho fortuna con el ir y venir de los viajeros a la capital del reino.


Con frecuencia, cuentacuentos, historiadores, escritores y otros amantes de las letras se acercan a la taberna a renovar fuerzas antes de proseguir su viaje, a do quiera que vayan...

Hoy es una de esas noches...

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LA REINA DEL AIRE Y LA OSCURIDAD

Poul Anderson


El último resplandor del último ocaso se prolongaría casi hasta medio invierno. Pero no habría más día, y las tierras del norte se alegrarían. Capullos abiertos, fulgor en los estramonios, flores-de-acero irguiéndose azules de las matas que cubrían todas las colinas, tímida blancura de las no-me-beses en las cañadas. Mariposas revoloteando entre ellas sobre alas iridiscentes; un gamo macho sacudió sus cuernos y gamitó. Entre horizontes, el cielo pasó del púrpura al color arena. Las dos lunas estaban en lo alto, casi llenas, brillando sobre las hojas y sobre las aguas. Las sombras que proyectaban estaban manchadas por una aurora boreal, una gran cortina de luz a través de medio cielo. Detrás de ella habían salido las primeras estrellas.

Un joven y una muchacha estaban sentados en el Túmulo de Wolund, debajo del dolmen que lo remontaba. Sus cabellos, que caían sobre sus espaldas, aparecían decolorados por el verano. Sus cuerpos, todavía morenos por aquella estación, destacaban entre la tierra, los arbustos y las ramas. Ya que sólo llevaban guirnaldas. El tocaba una flauta de hueso y ella cantaba. Se hablan hecho amantes últimamente. Tenían alrededor de dieciséis años, pero ellos lo ignoraban, considerándose a si mismos como Outlings y, en consecuencia, indiferentes al tiempo, recordando muy poco o nada de cómo en otro tiempo hablan morado en las tierras de los hombres.

Las notas de la flauta acompañaban la voz femenina:

Inventa un hechizo, téjelo bien
de polvo y rocío y noche y tú.

Un arroyo que discurría junto al túmulo, transportando luz de luna a un río oculto por la colina, respondió con sus rápidos. Una bandada de murciélagos pasó, negra, debajo de la aurora.
Una forma llegó brincando sobre Cloudmoor. Tenía dos brazos y dos piernas, pero las piernas eran largas y terminaban en zarpas, y estaba cubierto de plumas hasta el extremo de una cola y anchas alas. El rostro era medio humano, dominado por sus ojos. Si Ayoch hubiese sido capaz de erguirse del todo, hubiera llegado al hombro del muchacho.

La muchacha se puso en pie.

- Lleva un bulto - dijo.

Su visión no estaba hecha para el crepúsculo como la de un ser nacido en el septentrión, pero había aprendido a utilizar todas las señales que sus sentidos le proporcionaban. Aparte del hecho de que normalmente un puk hubiera volado, había cierta pesadez en su apresuramiento.

- Y llega del sur - dijo el muchacho con visible excitación, repentina como una verde llama que cruzara la constelación Lyrth. Descendió rápidamente por la ladera del túmulo -. ¡Ohoi, Ayoch! - gritó -. ¡Soy yo, Mistherd!

- Y Sombra-de-un-Sueño - rió la muchacha, siguiéndole.

El puk se paró. Respiró más ruidosamente que la vegetación que susurraba a su alrededor. En el lugar en que se había detenido se alzó un olor a hierba aplastada.

- Saludos en el umbral del invierno - silbó -. Podéis ayudarme a llevar esto a Carheddin.
Levantó lo que portaba. Sus ojos eran fanales amarillos encima. El bulto se movió y gimió.

- ¡Es un niño! - dijo Mistherd.

- Lo mismo que lo fuiste tú, hijo mío, lo mismo que lo fuiste tú. ¡Jo, jo, qué proeza! - alardeó Ayoch -. Eran muchos en el campamento de Fallow wood, armados, y además de máquinas de vigilar tenían perros grandes y feos, de guardia mientras ellos dormían. Sin embargo, me acerqué por el aire, después de haberles espiado hasta que supe que un puñado de polvo...

- ¡Pobrecillo! - Sombra-de-un-Sueño cogió al niño y lo apretó contra sus menudos pechos -. Tienes mucho sueño, ¿verdad? - Ciegamente, el niño buscó un pezón. Ella sonrió a través del velo de sus cabellos -. No, soy demasiado joven, y tú eres ya demasiado mayor. Pero, cuando despiertes en Carheddin debajo de la montaña, tendrás un banquete.

- Yo, ah - dijo Ayoch muy suavemente -. Ella está fuera y ha oído y visto. Está llegando.
Se agachó, con las alas plegadas. Al cabo de unos instantes Mistherd se arrodilló, y lo mismo hizo Sombra-de-un-Sueño, aunque no soltó al niño.

La alta forma de la Reina bloqueó las lunas. Miró en silencio a los tres y a su botín. Los sonidos de la colina y del páramo dejaron de existir para ellos hasta que les pareció que podían oír sisear las luces del norte.

Finalmente, Ayoch susurró:

- ¿Lo he hecho bien, Estrellamadre?

- Si has robado un niño de un campamento lleno de máquinas - dijo la hermosa voz -, es que eran gente del lejano sur que podría no soportarlo tan resignadamente como los hacendados.

- Pero, ¿qué pueden hacer, Elaboradora-de-Nieve? - preguntó el puk -. ¿Cómo podrían localizarnos?

Mistherd irguió la cabeza y habló en tono de orgullo.

- Ahora, también ellos aprenderán a temernos.

- Y es un niño encantador - dijo Sombra-de-un-Sueño -. Y nosotros necesitamos más como él, ¿no es cierto, Dama Cielo?

- Tenía que ocurrir en algún crepúsculo - asintió la Reina -. Llevadle hacia abajo y cuidad de él. Por esta señal - que ella hizo -, es reclamado por los Moradores.

Su alegría se manifestó libremente. Ayoch se revolcó por el suelo hasta que encontró un árbol de hojas temblonas. Encaramándose por el tronco se colgó de una rama, semioculto por el pálido follaje. El joven y la muchacha llevaron el niño hacia Carheddin, a un paso rítmico que les permitía a él tocar la flauta y a ella cantar:

¡Wahaii, wahaii! ¡Wayala, laii!
Ala en el viento alta sobre el cielo,
con grito estridente, avanzando a través de la lluvia,
a través del tumulto.
avanzando a través de los árboles bañados por la luz de la luna
y las sombras cargadas de sueños debajo de ellos,
confundiéndose con el tintinearte cabrilleo de los lagos
en los que se ahogan los rayos de las estrellas.

Al entrar, Barbro Cullen se sintió, a través de todo su pesar y su rabia, invadida por el desaliento. En la estancia reinaba un espantoso desorden. Periódicos, cintas magnetofónicas, carretes, códices, ficheros y papeles revueltos llenaban todas las mesas. En la mayoría de estanterías y rincones había una capa de polvo. Contra una de las paredes había un laboratorio, con microscopio y material analítico. Ella lo reconoció como compacto y eficaz, pero no era lo que uno esperaba encontrar en una oficina, y ponía en el aire un tufo químico. La alfombra estaba deshilachada, los muebles desvencijados.

¿Era esta su oportunidad final?

Luego, Eric Sherrinford se acercó.

- Buenos días, señora Cullen - dijo.

Su tono era vigoroso, firme el apretón de su mano. Lo desaseado de su atuendo no la molestó. A ella no le preocupaba demasiado su propio aspecto, excepto en ocasiones especiales. (¿Y existirla otra para ella, a menos de que recuperase a Jimmy?) Lo que ella observaba era el aseo personal de un gato.

Sherrinford sonrió.

- Perdone mi desorden de soltero. En Beowulf tenemos..., teníamos, en cualquier caso, máquinas para eso, de modo que nunca adquirí la costumbre de limpiar, y no quiero que un asalariado desarregle mis herramientas. Me resulta más conveniente trabajar en mi apartamento que mantener una oficina fuera de aquí. ¿No quiere sentarse?

- No, gracias. No podría - murmuró ella.

- Comprendo. Pero, si me disculpa, yo funciono mejor en una postura relajada.

Se dejó caer en una tumbona. Una larga pierna cruzó la otra rodilla. Sacó una pipa y la llenó de tabaco de una bolsa. Barbro se preguntó por qué fumaba de un modo tan anticuado. ¿No se suponía que en Beowulf disponían del equipo moderno que en Roland todavía no podían permitirse construir? Bueno, desde luego que las viejas costumbres podían sobrevivir en cualquier caso. Generalmente lo hacían en colonias, recordó haber leído. La gente se habla trasladado a las estrellas con la esperanza de conservar cosas tan anticuadas como sus idiomas maternos, su gobierno constitucional o su civilización tecnológica-racional.

Sherrinford la arrancó de la confusión provocada por su fatiga:

- Debe darme los detalles de su caso, señora Cullen. Me ha dicho simplemente que su hijo fue raptado y que el cuerpo de policía local no ha hecho nada. Por otra parte, sólo conozco unos cuantos hechos evidentes, tales como que es usted viuda más bien que divorciada; que es hija de residentes de la Tierra de Olga Ivanoff, los cuales se mantienen en estrecha telecomunicación con Christmas Landing; que ha estudiado usted una de las profesiones biológicas; que ha pasado varios años sin trabajar en su especialidad, hasta que recientemente volvió a empezar.

Barben contempló con la boca abierta el rostro de pómulos salientes, nariz aguileña, cabellos negros y ojos grises que tenia enfrente. El mechero de Sherrinford proyectó un resplandor que pareció llenar la habitación. El silencio reinaba en esta altura encima de la ciudad y el crepúsculo invernal se filtraba a través de las ventanas.

- ¿Cómo diablos ha sabido eso? - se oyó exclamar a sí misma.

Sherrinford se encogió de hombros y adoptó el tono de conferenciante que le habla hecho famoso.

- Mi trabajo depende de observar los detalles y hacerlos encajar unos con otros. En más de cien años en Roland, la gente, tendiendo a arracimarse de acuerdo con sus orígenes y sus hábitos mentales, ha desarrollado acentos regionales. Usted tiene un deje del acento olgano, pero nasaliza las vocales al estilo de esta zona, aunque vive en Portolondon. Eso sugiere una infancia expuesta al lenguaje metropolitano. Me ha dicho que formaba parte de la expedición de Matsuyama y que se llevó a su hijo con usted. A ningún técnico vulgar se lo hubieran permitido; en consecuencia, tiene que ser lo bastante valiosa para haberlo conseguido. El equipo estaba realizando investigaciones ecológicas; por lo tanto, su especialidad ha de encontrarse entre las ciencias de la vida. Por el mismo motivo, hay que suponerle una experiencia previa. Pero su piel es muy fina, lo cual demuestra que no ha estado expuesta prolongadamente a este sol. Ergo, ha pasado mucho tiempo bajo techado antes de emprender este infortunado viaje. En cuanto a la viudedad... nunca me ha mencionado un marido; pero debió de ser un hombre al que quería mucho, porque lleva aun el anillo de boda y la alianza de compromiso que él le regaló.

Barbro suspiró, aturdida. Aquellas últimas palabras habían traído ante sus ojos la figura de Tim, enorme, pelirrojo, reidor y cariñoso. Tuvo que apartar la mirada de esta otra persona y mirar hacia fuera.

- Sí - dijo finalmente -, tiene usted razón.

El apartamento ocupaba la cumbre de una colina encima de Christmas Landing. Debajo, la ciudad descendía en paredes, tejados, chimeneas arcaicas y faroles callejeros, luces fantasmagóricas de vehículos pilotados por humanos, hasta el puerto, la curva de Venture Bay, buques que se dirigían o procedían de las islas Sunward y regiones más remotas del Océano Boreal, el cual brillaba como mercurio en los arreboles del ocaso de Carlomagno. Oliver estaba ascendiendo rápidamente, un disco moteado de color naranja; más cerca del cenit que nunca podría alcanzar brillaría con el color del hielo. Alde, la mitad de grande, era una delgada lúnula cerca de Sirio, la cual se encontraba cerca del Sol, recordó Barbro, pero no podía verse el sol sin un telescopio.

- Sí - dijo Barbro, conteniendo los sollozos que habían acudido a su garganta -, mi marido murió hace cuatro años. Yo llevaba en mi seno a nuestro primer hijo cuando le mató un unicornio desbocado. Nos habíamos casado tres años antes. Nos conocimos cuando estábamos en la universidad... Las emisiones de la Escuela Central sólo pueden proporcionar una educación básica, ya sabe... Creamos nuestro propio equipo para realizar estudios ecológicos bajo contrato: ya sabe, averiguar si una zona determinada puede ser colonizada manteniendo el equilibrio de la naturaleza, qué podría cultivarse en ellas, qué dificultades se encontrarían, etcétera. Bueno, más tarde trabajé en un laboratorio piscícola de Portolondon. Pero la monotonía de aquella tarea me resultó insoportable. El profesor Matsuyama me ofreció un puesto en el equipo que estaba organizando para examinar la región de Hauch. Pensé, Dios me perdone, pensé que Jimmy... Tim quería que se llamara James, cuando los tests demostraron que sería un chico, porque era el nombre de su padre y porque «Timmy y Jimmy» sonaba bien, y... Bueno, pensé que Jimmy no correría ningún peligro acompañándome. No podía soportar la idea de separarle de mí durante meses, a su edad. Podíamos asegurarnos de que nunca saldría del campamento. Y, dentro de él, ¿qué podía ocurrirle de malo? Nunca había creído esas historias acerca de los Outling que roban niños humanos. Suponía que los padres trataban de ocultarse a sí mismos el hecho de que habían sido descuidados, permitiendo que un niño se perdiera en los bosques, o fuese atacado por una manada de fieras, o... Bueno, estaba equivocada, señor Sherrinford. Los robots de guardia se evadieron, los perros fueron drogados, y cuando desperté Jimmy había desaparecido.

Sherrinford la miró a través del humo de su pipa. Barbro Engdahl Cullen era una robusta mujer de treinta y tantos años (años rolándicos, se recordó a sí mismo, noventa y cinco por ciento de los terrestres, que no correspondían a los años beowulfanos), ancha de hombros, de piernas largas y senos rotundos; tenía una cara ancha, la nariz recta, los ojos color de avellana, la boca de labios gruesos y expresiva; sus cabellos eran de color castaño-rojizo, recogidos debajo de las orejas, su voz un poco ronca, y llevaba un sencillo vestido de calle. Para aquietar el temblor de sus manos, él preguntó escépticamente:

- ¿Cree usted ahora en los Outlings?

- No. Simplemente, no estoy tan segura como antes. - Barbro vaciló, antes de añadir -: Y hemos encontrado huellas.

- Restos de fósiles - asintió Sherrinford -. Unos cuantos artefactos de tipo neolítico. Pero aparentemente antiguos, como si los que los construyeron hubieran muerto hace siglos. La investigación intensiva no ha aportado ninguna prueba real de su supervivencia.

- ¿Hasta qué punto puede ser intensiva una investigación, en un verano tormentoso y un invierno lúgubre en una zona desértica alrededor del polo Norte? - inquirió ella -. ¿Cuando somos un millón de personas en todo un planeta, la mitad de ellas concentradas en esta única ciudad?

- Y el resto concentrado en este único continente habitable - puntualizó Sherrinford.

- La Artica cubre cinco millones de kilómetros cuadrados - replicó ella -. La zona Artica propiamente dicha cubre una cuarta parte del territorio. No tenemos la base industrial para establecer estaciones monitoras satélites, construir aeronaves para explorar aquellas regiones, abrir carreteras a través de las malditas tierrasoscuras e instalar bases permanentes que nos permitan conocerles y domesticarles. ¡Dios mío, generaciones de colonos solitarios contaron historias acerca de Mantogris, y la bestia no fue vista nunca por un científico hasta el año pasado!

- Sin embargo, usted sigue dudando de la existencia de los Outlings.

- Bueno, ¿qué me dice de un culto secreto entre humanos, nacido del aislamiento y la ignorancia, amadrigando en lugares desérticos, robando niños cuando pueden para...? - Barbro tragó saliva e inclinó la cabeza -. Pero se supone que el experto es usted.

- Por lo que me ha dicho por el visífono, las fuerzas de policía de Portolondon ponen en cuarentena la exactitud del informe que su grupo, creen que la mayoría de ustedes padecen histerismo, pretenden que han descuidado las debidas precauciones y que el niño se alejó y se extravió sin que ustedes lograran encontrarle.

La sequedad de aquellas palabras la hizo reaccionar. Enrojeciendo, replicó:

- ¿Como el hijo de cualquier colono? No. Yo no me he limitado a gritar. He consultado los archivos. Y hay demasiados casos registrados como accidente para que resulte una explicación plausible. ¿Y debemos ignorar del todo las aterradoras historias acerca de reapariciones? Pero cuando acudí a las fuerzas de policía con mis hechos, no quisieron saber nada. Sospecho que la causa no es que dispongan de muy pocos agentes. Creo que también ellos están asustados. La mayoría proceden de zonas rurales, y Portolondon se encuentra cerca del borde de lo desconocido. - Su energía se apagó - Roland no tiene ninguna fuerza central de policía - terminó, en tono de desaliento -. Usted es mi última esperanza.

El hombre expelió una bocanada de humo antes de decir, con voz más amable que hasta entonces:

- Le ruego que no confíe demasiado en mí, señora Cullen. Soy un investigador privado solitario en este mundo, sin más recursos que los míos propios, y un recién llegado, por así decirlo.

- ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

- Doce años. Apenas el tiempo suficiente para familiarizarme un poco con las relativamente civilizadas regiones del litoral. Ustedes, que residen aquí desde hace un siglo o más, ¿qué es lo que saben acerca del interior de la Artica? - Sherrinford suspiró -. Aceptaré el caso, sin cobrar más de lo que debo, principalmente por la experiencia que puede reportarme - dijo -. Pero sólo si es usted mi guía y mi ayudante, por penoso que le resulte.

- ¡Desde luego! No puedo resistir la idea de permanecer ociosa. Mas, ¿por qué he de ser yo?

- Contratar a alguien con la suficiente capacidad resultarla prohibitivamente caro, en un planeta de pioneros en el que cada mano tiene mil tareas urgentes que realizar. Además, usted tiene un motivo. Y yo necesito eso. Yo, que nací en otro mundo completamente distinto a éste, que por su parte es completamente distinto de la Madre Tierra, me doy perfecta cuenta de nuestras limitaciones y desventajas.

La noche se cernió sobre Christmas Landing. El aire seguía siendo suave, pero los zarcillos luminosos de niebla, escurriéndose a través de las calles, tenían un aspecto frío, y más fría aún era la aurora que se estremecía entre las lunas. La mujer se acercó más al hombre en la oscurecida habitación, seguramente sin darse cuenta de que lo hacía, hasta que él pulsó el interruptor de un fluorescente. Ambos participaban del conocimiento de la soledad de Roland.

Un año-luz no es ninguna exageración en distancias galácticas. Podría recorrerse en unos 270 millones de años, empezando a mediados de la era permiana, cuando los dinosaurios pertenecían al futuro remoto, y continuando hasta nuestros días, cuando las naves espaciales cruzan distancias todavía mayores. Pero las estrellas de nuestra vecindad se encuentran a un promedio de nueve años-luz de distancia, y apenas el uno por ciento de ellas tienen planetas habitables para el hombre, y las velocidades están limitadas a menos de la de la radiación. La contracción relativista del tiempo y la animación suspendida en ruta prestan cierta ayuda. Eso hace que los viajes parezcan cortos, pero entre tanto la historia no se detiene.

Así, los viajes de sol a sol serán siempre pocos. Los colonizadores serán aquellos que tengan motivos sumamente especiales para marcharse. Se llevarán consigo plasma germinal para el cultivo exogenético de plantas y animales domésticos... y de niños humanos, a fin de que la población pueda crecer con la rapidez suficiente para escapar de la muerte a través del agotamiento genético. Después de todo, no pueden confiar en una posterior inmigración. Dos o tres veces por siglo, una nave puede llamar desde alguna otra colonia. (No desde la Tierra. La Tierra está sumida desde hace mucho tiempo en otra clase de preocupaciones.) Su lugar de origen será un antiguo poblado. Los jóvenes no están en condiciones de construir y gobernar naves interestelares.

Su misma supervivencia, dejando aparte su eventual modernización, está en duda. Los padres fundadores han tenido que aceptar lo que pudieron obtener, en un universo no diseñado especialmente para el hombre.

Considérese, por ejemplo, Roland. Se encuentra entre los raros hallazgos afortunados, un mundo en el que los humanos pueden vivir, respirar, comer el alimento, beber el agua, andar descalzos si lo prefieren, cultivar sus cosechas, pacer sus animales, cavar sus minas, edificar sus hogares, criar a sus hijos y nietos. Vale la pena recorrer tres cuartas partes de un siglo-luz para conservar ciertos valores queridos y hundir nuevas raíces en el suelo de Roland.

Pero la estrella Carlomagno es de tipo F9, un cuarenta por ciento más brillante que el Sol, más brillante aún en los traicioneros ultravioleta y más salvaje aún en el viento de partículas cargadas que desprende. El planeta tiene una órbita excéntrica. En medio del corto pero furioso verano septentrional, que incluye el periastron, la insolación total es más del doble de la que recibe la Tierra; en lo profundo del largo invierno septentrional, es muy inferior al promedio terrestre.

La vida nativa es abundante en todas partes. Pero al carecer de maquinaria adecuada, que sólo podrían construir unos cuantos especialistas, el hombre sólo puede soportar las latitudes más altas. Una inclinación axial de diez grados, junto con la órbita, significa que la parte septentrional del continente ártico pasa medio año sin recibir la luz del sol. Alrededor del polo sur se extiende un océano vacío.

Otras diferencias con relación a la Tierra podrían parecer superficialmente más importantes. Roland tiene dos lunas, pequeñas pero cercanas, para provocar desastrosas mareas. Gira sobre sí mismo una vez cada treinta y dos horas, perjudicando sutilmente a unos organismos evolucionados a través de milenios de un ritmo más rápido. Las pautas climatológicas son también distintas a las terrestres. El globo sólo tiene 9.500 kilómetros de diámetro; su gravedad de superficie es 0,42 x 980 cm/seg2; la presión del aire al nivel del mar es ligeramente superior a una atmósfera terrestre. (Ya que en realidad la Tierra es la rareza, y el hombre existe debido a que un accidente cósmico expulsó la mayor parte del gas que un cuerpo de su tamaño debería conservar, como ha hecho Venus.)

Sin embargo, el Homo puede ser llamado realmente sapiens cuando practica su especialidad de no ser especializado. Sus repetidos intentos de congelarse a sí mismo en unos moldes con respuesta para todo, o una cultura, o una ideología, o como quiera que lo haya llamado, le han conducido repetidamente a la ruina. Si se le encarga la tarea pragmática de subsistir, suele desempeñarla bastante bien.

Se adapta dentro de unos límites muy amplios.

Esos límites están determinados por factores tales como su necesidad de luz solar y de convertirse, necesariamente y para siempre, en una parte de la vida que le rodea y un producto del espíritu que la alienta.

Portolondon introduce muelles, embarcaciones, maquinaria y almacenes en el golfo de Polaris. Detrás de ellos se agrupan las viviendas de sus 5.000 habitantes permanentes: paredes de hormigón, contraventanas altos y picudos tejados. Lo alegre de su pintura quedaba desdibujado entre los faroles; este pueblo se encontraba más allá del Círculo Artico.

Sin embargo, Sherrinford observó:

- Un lugar alegre, ¿eh? Llegué a Roland buscando algo como esto.

Barbro no contestó. Los días pasados en Christmas Landing, mientras él hacia sus preparativos, la habían agotado. Mirando a través de la cúpula del taxi que les llevaba a la parte baja del pueblo, supuso que él se refería a la lozanía de la vegetación a lo largo de la carretera, matices brillantes y fosforescencia de flores en los jardines, clamor de alas encima de sus cabezas. A diferencia de la flora terrestre en climas fríos, la vegetación ártica pasa todas las horas diurnas en frenético crecimiento y almacenamiento de energía.

Hasta que la fiebre del verano deja paso al suave invierno no florece ni da fruto; y los animales aletargados durante el verano abandonan sus madrigueras y las aves migratorias vuelven a casa.

La vista era encantadora, tuvo que admitirlo: más allá de los árboles, una espaciosidad trepando hacia remotas alturas, grisplateada bajo una luna, una aurora, el difuso resplandor de un sol debajo mismo del horizonte.

Hermoso como un satán cazador, pensó, e igualmente terrible. Aquella selvatiquez había robado a Jimmy. Se preguntó si al menos podría encontrar sus pequeños huesos y llevárselos a su padre.

Bruscamente se dio cuenta de que Sherrinford y ella estaban en su hotel y que él había estado hablando del pueblo. Dado que era el siguiente en tamaño después de la capital, él debió haberlo visitado con frecuencia. Las calles aparecían atestadas y ruidosas; parpadeaban los letreros luminosos, brotaba la música de tiendas, tabernas, restaurantes, centros deportivos, salones de baile; los vehículos se tocaban unos a otros; los edificios para oficinas de varios pisos de altura se erguían como ascuas de luz. Portolondon unía un enorme traspaís al mundo exterior. Río Gloria abajo llegaban balsas de troncos, minerales, cosechas de granjas cuyos propietarios estaban logrando lentamente que la vida de Roland les sirviera, carne, marfil y pieles reunidos por los exploradores en las montañas que se erguían más allá de Troll Scarp. Por el mar llegaban cargueros que navegaban a lo largo de la costa, la flota pesquera, productos de las islas Sunward y de otros continentes situados mucho más al sur y hasta los que se aventuraban hombres audaces. En Portolondon se reía, se fanfarroneaba, se disimulaba, se robaba, se rezaba, se bebía, se soñaba, se fornicaba, se construía, se destruía, se nacía, se moría, se era feliz, desdichado, codicioso, vulgar, amante, ambicioso, humano. Ni el ardor del sol en verano ni el crepúsculo de medio año - completamente de noche en pleno invierno - pondrían freno a la mano del hombre.
Al menos, eso decía todo el mundo.

Todo el mundo, excepto aquellos que se habían establecido en las regiones oscuras. Barbro solía dar por sentado que estaban desarrollando extrañas costumbres, leyendas y supersticiones, las cuales morirían cuando todas las tierras estuvieran registradas en los mapas y controladas. Últimamente, había empezado a dudar. Tal vez las alusiones de Sherrinford acerca de un cambio en su propia actitud acarreado por su investigación preliminar eran las responsables de las dudas de Barbro.

O tal vez necesitaba algo en que pensar que no fuera en cómo Jimmy, el día antes de desaparecer, cuando ella le preguntó si quería pan de centeno o pan francés para un emparedado, le respondió con gran solemnidad (empezaba a mostrarse interesado en el alfabeto): «Quiero una rebanada de lo que nosotros llamamos el pan F».

Apenas se dio cuenta de que se apeaba del taxi, se registraba en el hotel y era acompañada a una habitación amueblada de un modo primitivo. Pero, después de deshacer su equipaje, recordó que Sherrinford había sugerido una conferencia confidencial. Cruzó el pasillo y llamó a su puerta. Sus nudillos sonaron menos ruidosos que su corazón.

Sherrinford abrió la puerta, con un dedo en los labios, y le hizo un gesto señalándole un rincón. Barbro frunció el ceño hasta que vio la imagen del jefe de Policía Dawson en el visífono. Sherrinford debió llamarle, y debía tener sus motivos para mantenerla fuera del alcance de la cámara. Encontró una silla y esperó, clavando las uñas en sus rodillas.

El detective se acercó de nuevo al visífono.

- Perdone la interrupción - dijo -. Un hombre se ha equivocado de número. Estaba borracho, al parecer.

Dawson dejó oír una risita.

- Aquí abundan mucho - dijo. Barbro recordó lo aficionado a charlar que era Dawson, el cual se atusó la barba que llevaba, como si fuera un explorador en vez de un hombre de ciudad -. No producen ningún daño, por regla general. Lo único que tienen es un exceso de voltaje, después de pasar semanas o meses enteros en las regiones del interior, y necesitan descargarlo.

- He llegado a la conclusión de que ese entorno, ajeno en un millón de aspectos al que creó el hombre, produce extraños efectos en la personalidad. - Sherrinford atacó su pipa -. Desde luego, ya sabe que mi práctica ha estado limitada a zonas urbanas y suburbanas. Las regiones aisladas rara vez necesitan investigadores privados. Ahora esa situación parece haber cambiado. Le he llamado para pedirle consejo.

- Me alegraría si pudiera ayudarle - dijo Dawson -. No he olvidado lo que hizo por nosotros en el caso del asesinato de Tahoe. - Cautelosamente -: Será mejor que explique primero su problema.
Sherrinford prendió fuego a su pipa. El humo que siguió se impuso a los aromas campestres que, incluso aquí, a un par de pavimentados kilómetros de distancia de los bosques más cercanos, se abrían paso a través de una ventana crepuscular.

- Esto es más una misión científica que una búsqueda de un deudor oculto o de un espía industrial - dijo Sherrinford -. Me encuentro ante dos posibilidades: la de que una organización, criminal, religiosa o de otro tipo se haya estado dedicando desde hace tiempo a robar niños; o la de que los Outlings del folklore sean reales.

- ¿Eh? - En el rostro de Dawson, Barbro leyó tanta consternación como sorpresa -. ¡No es posible que hable usted en serio?

- ¿De veras? - sonrió Sherrinford -. El valor de los informes de varias generaciones no debería ser desechado. Especialmente cuando se han ido haciendo más frecuentes y consecuentes con el paso del tiempo. No podemos ignorar las desapariciones de niños de corta edad, que ascienden a más de un centenar, sin que se haya encontrado nunca el menor rastro de ellos. Ni los hallazgos que demuestran que una especie inteligente habitó en otro tiempo en la Artica, y puede todavía merodear por el interior.

Dawson se inclinó hacia delante como si se dispusiera a salir de la pantalla.

- ¿Quién le ha contratado? - preguntó -. ¿Una tal Cullen? Lo lamentamos por ella, naturalmente, pero lo que dijo no tenía sentido, y cuando se puso impertinente...

- ¿Acaso no confirmaron su relato sus compañeros, reputados científicos?

- No había ningún relato que confirmar. Mire, ellos tenían el lugar rodeado de detectores y alarmas, y tenían mastines. Lo normal en una región en la que puede presentarse un suroide hambriento o cualquier otra fiera. Nada podía haber entrado sin ser detectado.

- Nada por el suelo, pero ¿qué me dice de algo volador aterrizando en medio del campamento?
- Un hombre tripulando un helicóptero hubiera despertado a todo el mundo.

- Un ser alado podría resultar más silencioso.

- ¿Un ser alado capaz de levantar a un niño de tres años? No existe.

- No existe en la literatura científica, quiere usted decir, señor Dawson. Recuerde a Mantogris; recuerde lo poco que sabemos acerca de Roland, un planeta, un mundo entero. Tales pájaros existen en Beowulf... y en Rustum, según he leído. He calculado el nivel local de densidad del aire y, sí, es marginalmente posible también aquí. El niño pudo haber sido transportado a una corta distancia antes de que los músculos de las alas se fatigaran y el animal se viera obligado a descender.

Dawson refunfuñó:

- Primero aterrizó y se dirigió a la tienda en la que dormían la madre y el niño. Luego se llevó al niño, hasta que no pudo volar más. ¿No suena eso a ave de presa? ¡Y el niño no gritó, y los perros no ladraron!

- En realidad - dijo Sherrinford -, esas inconsistencias son las características más interesantes y convincentes de todo el asunto. Tiene usted razón, resulta difícil creer que un raptor humano pudo entrar en el campamento sin ser detectado, y un animal tipo águila no hubiera operado de ese modo. Pero nada de esto tiene aplicación a un ser alado inteligente. El niño podría haber sido drogado. Desde luego, los perros mostraron síntomas de haberlo sido.

- Los perros mostraron síntomas de haberse dormido. Nada les había llamado la atención. Ni podía llamársela el niño vagando por el campamento. Por lo visto, las alarmas estaban instaladas de un modo muy chapucero, puesto que no se esperaba ningún peligro en el interior del campamento. Así que el niño pudo salir fácilmente. Lamento tener que decirlo, pero debemos suponer que el pobre rapaz murió de hambre o atacado por alguna fiera. - Dawson hizo una pausa antes de añadir -: Si dispusiéramos de más personal, podríamos haber dedicado más tiempo al asunto. Y nos ocupamos de él, desde luego. Llevamos a cabo una exploración aérea, arriesgando las vidas de los pilotos, utilizando instrumentos que hubieran localizado al niño en cualquier parte en un radio de cincuenta kilómetros. Ya sabe usted cuán sensibles son los analizadores térmicos. No encontramos absolutamente nada. Y tenemos tareas más importantes que la búsqueda de los dispersos restos de un cadáver. - Terminó bruscamente -: Si le ha contratado la señora Cullen, le aconsejo que busque un pretexto para renunciar al encargo. También será mejor para ella. Es preciso que recobre la cordura y el sentido de la realidad.
Barbro reprimió un grito mordiéndose la lengua.

- ¡Oh! Esta es simplemente la última desaparición de la serie - dijo Sherrinford -. Más cuidadosamente registrada que ninguna de las anteriores y, por ello, mucho más sugestiva. - Barbro no comprendió cómo podía hablar con tanto despego, teniendo en cuenta que Jimmy estaba perdido -. Habitualmente, la familia ofrecía un relato lacrimoso pero desprovisto de detalles de la desaparición de su niño, que tenía que haber sido robado por la Antigua Gente. A veces, años más tarde, hablaban de lo que ellos juraban tenía que haber sido el niño crecido, que había dejado de ser realmente humano, revoloteando tristemente, o atisbando a través de una ventana, o atrayendo algún perjuicio sobre ellos. Como usted dice, ni las autoridades ni los científicos han dispuesto de personal o de recursos para organizar una adecuada investigación. Como digo yo, el caso merece ser investigado. Tal vez un particular como yo pueda aportar una ayuda.

- Escuche, la mayoría de los que integramos las fuerzas de policía hemos crecido en el interior. No nos limitamos a patrullar y a contestar a las llamadas de emergencia; vamos allí con relativa frecuencia para celebrar fiestas y reuniones. Si existiera alguna banda de... sacrificadores humanos, lo sabríamos.

- Me doy cuenta de eso. Y también me doy cuenta de que la gente de la que ustedes proceden tiene una creencia profundamente arraigada en la existencia de seres no humanos con poderes sobrenaturales. En realidad, son muchos los que celebran ritos y hacen ofrendas para atraerse la buena voluntad de aquellos seres.

Dawson soltó una risita burlona.

- Sé a dónde quiere ir a parar - dijo -. Lo he oído antes, de un centenar de sensacionalistas. Los aborígenes son los Outlings. Tenía una opinión mucho mejor de usted... Seguramente ha visitado más de un museo, seguramente ha leído literatura de planetas que tienen nativos. ¿O acaso no ha aplicado nunca esa lógica suya? - Agitó un dedo -. Piense - continuó -. ¿Qué hemos descubierto, en realidad? Unas cuantas piedras labradas; unos cuantos megalitos que podrían ser artificiales; rayaduras en la roca que parecen mostrar plantas y animales, aunque no del modo que cualquier cultura humana los hubiera dibujado; rastros de fogatas y huesos rotos; otros fragmentos de hueso que podrían haber pertenecido a seres pensantes, como si pudieran haber estado en el interior de dedos o alrededor de grandes cerebros. Sin embargo, sus propietarios no tenían el aspecto de hombres. Ni de ángeles, dicho sea de paso. ¡Nada! La reconstrucción más antropoide que he visto muestra una especie de crocagator bípedo.
»Espere, déjeme terminar. Las historias acerca de los Outlings... ¡Oh! Las he oído también, muchas de ellas. Y las creía cuando era niño. Las historias cuentan que son de diferentes tipos, algunos alados, algunos no, algunos medio humanos, algunos completamente humanos a excepción quizá de que son demasiado guapos... Es una repetición de los cuentos de hadas de la antigua Tierra. ¿No es verdad? En cierta ocasión me interesé por la materia y rebusqué en los microarchivos de la Biblioteca Heritage, y que me aspen si no encontré leyendas casi idénticas, contadas por campesinos siglos antes de los vuelos espaciales.

»Ninguna de ellas encaja con las escasas reliquias que tenemos, si es que son reliquias, ni con el hecho de que ninguna zona del tamaño de la Artica ha podido producir una docena de especies inteligentes distintas, ni... diablos, con el modo que el sentido común nos dice que se hubieran comportado los aborígenes cuando llegaron los humanos.

Sherrinford asintió.

- Sí, sí - dijo -. Yo estoy menos seguro que usted de que el sentido común de los seres no humanos sea precisamente como el nuestro. He visto demasiadas variaciones dentro del género humano. Pero admito que sus argumentos son de peso. Los escasos científicos de Roland tienen tareas más apremiantes que la de rastrear los orígenes de lo que es, como usted ha dicho, una superstición medieval revivida. - Cogió la cazoleta de su pipa con ambas manos y contempló fijamente la diminuta brasa que humeaba en ella -. Tal vez lo que más me interesa - continuó en voz baja - es el motivo de que a través de esa hondonada de siglos, a través de una barrera de civilización mecánica, sin ninguna continuidad de tradición, unos colonizadores tecnológicamente organizados y razonablemente instruidos hayan sacado de su tumba una creencia en la Antigua Gente.

- Supongo que eventualmente, si la Universidad llega a desarrollar el departamento de psicología del que tanto se habla, alguien extraerá una tesis de su pregunta.

Dawson había hablado en tono mordaz, y casi se atragantó cuando Sherrinford replicó:
- Me propongo empezar ahora mismo. En la región de Hauch, dado que allí ocurrió el último incidente. ¿Dónde puedo alquilar un vehículo?

- Uh, resultará difícil...

- Vamos, vamos. Aunque sea un novato conozco la situación. En tanta economía de escasez, pocas personas pocas personas poseen equipo propio. Pero dado que es necesario, siempre puede ser alquilado. Necesito un ómnibus todo terreno. Y necesito que me instalen en él cierto equipo que he traído conmigo, y que coloquen en la parte superior una torreta con un cañoncito controlable desde el asiento del conductor. Yo suministraré las armas. Además de los rifles y pistolas de mi propiedad, he conseguido alguna artillería del arsenal de la policía de Christmas Landing.

-.,¿De veras pretende usted hacer... una guerra... contra un mito?

- Digamos que adopto medidas de seguridad, lo cual no es terriblemente caro, contra una remota posibilidad. Ahora, además del ómnibus, ¿qué hay acerca de una aeronave ligera remolcada para utilizarla en vuelos de reconocimiento?

- No - Dawson habló en tono más decidido que hasta entonces -. Eso sería una llamada al desastre. Podemos trasladarle a un campamento base en un avión grande cuando el parte metereológico sea favorable. Pero el piloto tendrá que regresar inmediatamente, antes de que las condiciones climatológicas empeoren. La meteorología está subdesarrollada en Roland; el aire es especialmente traicionero en esta época del año, y no estamos preparados para fabricar aeronaves que puedan superar todas las contingencias. - Respiró a fondo. - No tiene usted idea de la rapidez con que puede desencadese un huracán, ni del tamaño del pedrusco que puede caer de un cielo claro... Una vez esté allí, péguese al terreno. - Vaciló -. Este es un motivo importante de que nuestra información sobre el interior sea tan escasa y de que sus colonos estén tan aislados.

Sherrinford rió sin alegría.

- Bueno, supongo que si los detalles son los que busco, tendré que salir corriendo.

- Perderá usted mucho tiempo - dijo Dawson -. Y el dinero de su cliente. Escuche, no puedo prohibirle cazar sombras, pero...

La discusión se prolongó por espacio de casi una hora. Cuando la pantalla se apagó, Sherrinford se puso en pie, se desperezó y echó a andar hacia Barbro. Ella observó de nuevo lo peculiar de su paso. Había llegado de un planeta con una cuarta parte de la atracción gravitacional de la Tierra, a otro en el que el peso era menos de la mitad del terrestre. Barbro se preguntó si volaba en sueños.

- Disculpe que la haya dejado al margen del asunto - dijo Sherrinford - No esperaba poder hablar con él tan pronto. Era completamente sincero al decir que está muy ocupado. Pero, habiendo establecido contacto, no quería que la recordara demasiado a usted.

»Puede no dar importancia a mi proyecto, considerándolo como una inútil fantasía a la que no tardaré en renunciar. Pero su actitud podría haber sido muy distinta, hasta el extremo de acumular obstáculos delante de nosotros, si se hubiera dado cuenta a través de usted de lo decididos que estamos.

- ¿Por qué habría de importarle? - preguntó Barbro en su amargura.

- Por miedo a las consecuencias, mucho peor porque se niega a admitirlo. Miedo a las consecuencias, más aterrador porque son insospechables. - La mirada de Sherrinford se fijó en la pantalla, y luego pasó a través de la ventana hacia la aurora que latía en glacial azul y blanco inmensamente lejos por encima de sus cabezas -. Supongo que se ha dado cuenta de que estaba hablando con un hombre asustado. A pesar de su aparente escepticismo, Dawson cree en los Outlings... ¡Oh, sí, cree en ellos!

Los pies de Mistherd volaban sobre la hierba más veloces que el viento que agitaba los tallos. A su lado, negro y deforme, avanzaba Nagrim el nicor, cuyo enorme peso dejaba una ringla de plantas aplastadas. Detrás, capullos luminosos de un estramonio brillaban a través de los perfiles retorcidos de Morgarel el espectro.

Aquí se alzaba Cloudmoor en una rompiente de colinas y espesuras. El aire permanecía inmóvil, transportando de vez en cuando el apagado aullido de un animal en la distancia. La oscuridad era mayor que de costumbre al empezar el invierno, ya que las lunas estaban bajas y la aurora era un pálido parpadeo encima de las montañas en la orilla septentrional del mundo. Pero esto hacía que las estrellas brillaran más, y su número atestaba el cielo, y el Camino Fantasma brillaba entre ellas como si, al igual que el follaje debajo de él, estuviera pavimentado con rocío.

- ¡Allí! - rugió Nagrim, que tenia sus cuatro brazos extendidos. El grupo había llegado a lo alto de una loma. Lejos brilló una chispa -. ¡Hoah, hoah! ¿Debemos saltar sobre ellos, o acercarnos lentamente?

Ni lo uno ni lo otro, cerebro de hueso. La respuesta de Morgarel se deslizó a través de sus mentes. No, a menos que nos ataquen, y no nos atacarán a menos que demos a conocer nuestra presencia. Ella nos ordenó que espiáramos sus propósitos.

- Gr-r-rum-m-m. Yo conozco sus propósitos. Cortar árboles, hundir arados en la tierra, sembrar sus malditas semillas. Si no les paramos los pies, pronto, muy pronto, serán demasiado fuertes para nosotros.

- ¡No demasiado fuertes para la Reina! - protestó Mistherd.

Sin embargo, al parecer, ellos tienen nuevos poderes, le recordó Morgarel. Debemos someterles a prueba cuidadosamente.

- Entonces, ¿podemos saltar cuidadosamente sobre ellos? - preguntó Nagrim.

La pregunta provocó una sonrisa en Mistherd, haciéndole olvidar su propia intranquilidad. Palmeó la escamosa espalda.

- No hables - dijo -. Me lastimas los oídos. Ni pienses; eso lastima tu cabeza. ¡Vamos, corre!
Tranquilízate, intervino Morgarel. Hay demasiada vida en ti, nacido-humano.

Mistherd hizo una mueca al espectro, pero obedeció hasta el punto de aminorar el paso y avanzar con más cautela. Ya que viajaba en nombre de la Más Bella, para enterarse de lo que habla traído a un par de mortales hasta allí.

¿Buscaban al niño que Ayoch robó? (El niño seguía llorando y llamando a su madre, aunque cada vez menos a medida que las maravillas de Carheddin penetraban en él.) Quizás. Una máquina voladora les había dejado a ellos y a su vehículo en el ahora abandonado campamento, desde el cual habían avanzado en espiral. Pero cuando ningún rastro del cachorro había aparecido dentro de una razonable distancia, no habían llamado para emprender el viaje de regreso. Y esto no era debido a que las condiciones climatológicas impidieran la propagación de las ondas, como ocurría con frecuencia. No, en vez de llamar, la pareja se había dirigido hacia las montañas de Moonhorn. Directamente hacia unos reinos no hollados hasta entonces por su raza.

De modo que ésta no era una investigación rutinaria. ¿Qué era, entonces?

Mistherd comprendió ahora por qué la que reinaba había hecho que sus hijos mortales adoptados aprendieran, o conservaran, el torpe lenguaje de sus predecesores. El había odiado aquel ejercicio, completamente extraño a las costumbres de los Moradores. Desde luego, uno la obedecía a ella, y con el tiempo se daba cuenta de lo sensata que había sido.

De pronto, dejó a Nagrim detrás de una roca - el picor sólo serla útil en una lucha - y se arrastró de arbusto en arbusto hasta quedar a una distancia prudencial de los humanos. Un árbol de la lluvia se inclinó sobre él, hojas suaves sobre su desnuda piel, y le envolvió en oscuridad.

Morgarel flotó hasta la copa de un árbol de hojas temblonas, cuya oscilación ocultarla mejor su forma insustancial. Tampoco él sería de mucha ayuda. Y eso era lo peor de la situación. Los espectros se encontraban entre aquellos que no sólo podían captar y transmitir pensamientos, sino también proyectar ilusiones. Morgarel había informado que esta vez su poder parecía rebotar en una invisible pared fría alrededor del vehículo.

Por otra parte, el varón y la hembra no habían instalado máquinas guardianes ni llevaban perros. Seguramente suponían que no iban a necesitarlos, dado que dormían en el largo vehículo en el que viajaban. Pero semejante desprecio de la fuerza de la Reina no podía ser tolerado.
El metal brillaba débilmente a la luz de su fogata. Ellos estaban sentados junto al fuego, protegiéndose contra una frialdad que Mistherd, desnudo, encontraba suave. El varón bebía humo. La hembra miraba fijamente hacia un punto indeterminado que sus ojos deslumbrados por las llamas debían ver como espesa oscuridad. La danzante claridad permitía verla muy bien. Sí, a juzgar por el relato de Ayoch, era la madre del nuevo cachorro.

Ayoch había querido venir también, pero la Maravillosa se lo prohibió. Los puks no podían mantenerse inmóviles el tiempo suficiente para aquella clase de misión.

El hombre chupó su pipa. Sus mejillas quedaron así en la sombra mientras la luz parpadeaba a través de su nariz y su entrecejo: por un instante pareció un ave de presa a punto de caer sobre su víctima.

- No, se lo repito, Barbro, no tengo ninguna teoría - estaba diciendo -. Cuando los hechos son insuficientes, teorizar es ridículo en el mejor de los casos, desorientador en el peor.

- Sin embargo, debe de tener alguna idea de lo que está haciendo - dijo ella. Era evidente que habían hablado a menudo de aquello antes de entonces. Ningún Morador podía ser tan insistente como ella ni tan paciente como él -. El equipo que ha traído... ese generador que mantiene en marcha...

- Tengo un par de hipótesis, que me han sugerido el equipo que debía traer.

- ¿Por qué no me dice qué hipótesis son ésas?

- Ellas mismas indican que podría ser desaconsejable en los momentos actuales. Todavía estoy palpando mi camino en el laberinto. Y aún no he tenido una oportunidad de establecer conexión entre todos los datos que poseo. De hecho, sólo estamos realmente protegidos contra una supuesta influencia telepática...

- ¿Qué? - se sobresaltó ella -. Se refiere usted... a esas leyendas acerca de cómo pueden leer también las mentes...

La hembra se interrumpió, y su mirada escrutó la oscuridad más allá de los hombros del varón.
El se inclinó hacia adelante. Su tono perdió rápidamente su sequedad para hacerse más ansioso y más suave.

- Barbro, se está destrozando a sí misma. Lo cual no será una ayuda para Jimmy si está vivo, y cuanto más dure esto más va a necesitarla. Tenemos una pesada tarea ante nosotros, y será mejor que se concentre en ella.

Ella asintió con un gesto y se mordió el labio inferior unos momentos, antes de contestar:

- Lo estoy intentando.

El sonrió alrededor de su pipa.

- Espero que lo consiga. Nunca me ha dado la impresión de ser una mujer dispuesta a abandonar, ni una plañidera, ni amiga de compadecerse de sí misma.

Ella dejó caer una mano sobre la pistola que llevaba al cinto. Su voz cambió; surgió de su garganta como un cuchillo de la vaina.

- Cuando los encontremos, sabrán quién soy. Quiénes son los humanos.

- Deje a un lado la ira - apremió el hombre -. No podemos permitirnos esa clase de emociones. Si los Outlings son reales, como ya le he dicho que provisionalmente supongo, están luchando por sus hogares. - Después de un breve silencio, añadió -: Me gusta pensar que si los primeros exploradores hubiesen encontrado nativos vivos, los hombres no hubieran colonizado Roland. Pero ahora es demasiado tarde. No podemos volvernos atrás. Esta es una lucha hasta el final, contra un enemigo tan astuto que incluso nos oculta el hecho de que está guerreando.

- ¿Lo está haciendo? Quiero decir, acechando, raptando ocasionalmente a un niño...

- Eso es parte de mi hipótesis. Sospecho que eso no son hostigamientos, sino tácticas empleadas en una estrategia terriblemente sutil.

El fuego chisporroteó. El hombre fumó unos instantes en silencio, meditando, y finalmente continuó:

- No quise despertar sus esperanzas ni excitarla sin motivo mientras tuvo que esperarme, primero en Christmas Landing, luego en Portolondon. Más tarde tuvimos que convencernos a nosotros mismos de que Jimmy había sido llevado más lejos del campamento de lo que él podría haber andado antes de caer agotado. Sólo le estoy diciendo lo minuciosamente que he estudiado el material disponible sobre la... Antigua Gente. Además, al principio lo hice con la intención de eliminar toda posibilidad imaginable, por absurda que fuera.

»No esperaba otro resultado que una refutación final. Pero lo examiné todo, reliquias, análisis, historias, relatos periodísticos, monografías; hablé con colonos del interior que estaban de paso en el pueblo y con algunos científicos que han demostrado cierto interés por el asunto. Asimilo las cosas rápidamente. Y tengo la pretensión de que puedo convertirme en tan experto como cualquiera..., aunque Dios sabe que en este caso hay poco en lo que ser experto. Por otra parte, yo, relativamente forastero en Roland, tal vez podría examinar el problema con distinto enfoque. Y llegué a unas cuantas conclusiones.

»Si los aborígenes se extinguieron, ¿por qué no dejaron más restos? La Artica no es tan enorme, y la vida rolándica es fértil. Tenía que haber alimentado a una población cuyos utensilios se habrían acumulado a través de milenios. He leído que en la Tierra se encontraron millares de hachas paleolíticas, más por casualidad que por arqueología.

»Muy bien. Supongamos que las reliquias y los fósiles fueron deliberadamente eliminados entre la época en que se marchó la última expedición exploradora y el momento en que llegaron las primeras naves de colonización. Hallé cierto apoyo para esta idea en los diarios de los primeros exploradores. Estaban demasiado ocupados comprobando la habitabilidad del planeta para confeccionar catálogos de los monumentos primitivos. Sin embargo, sus observaciones demuestran que vieron muchas más cosas que los que llegaron posteriormente. Supongamos que lo que nosotros hemos encontrado es, precisamente, lo que los encargados de eliminarlo pasaron por alto o no tuvieron tiempo de eliminar.

»Eso revela una mentalidad sofisticada, pensando en términos de a largo plazo, ¿no es cierto? Lo cual a su vez revela que la Antigua Gente no eran simples cazadores ni agricultores neolíticos.
- Pero nadie ha visto nunca edificios, ni máquinas, ni cosas por el estilo - objetó Barbro.
- No. Lo más probable es que los nativos no avanzaran a través de nuestro tipo de evolución metalúrgico-industrial. Yo puedo concebir otros caminos. Su civilización podría haber empezado, más bien que terminado, con ciencia y tecnología biológicas. Podrían haber desarrollado potencialidades del sistema nervioso, que Podrían ser mayores en su especie que en el hombre. Nosotros mismos tenemos hasta cierto punto esas capacidades, como usted sabe muy bien. Un zahorí, por ejemplo, capta realmente las variaciones en el campo magnético local provocadas por una meseta de agua. Sin embargo, en nosotros no abunda ese tipo de talento. De modo que nos dedicamos a otras actividades. ¿Quién necesita ser un telépata, digamos, si se tiene un visifono? La Antigua Gente puede haber visto las cosas en otro sentido. Los utensilios de su civilización pueden haber sido, y pueden ser todavía, inidentificables para los hombres.

- Pero podían haberse identificado a sí mismos ante los hombres - dijo Barbro -. ¿Por qué no lo hicieron?

- Puedo imaginar varios motivos. Por ejemplo, podían haber tenido una desagradable experiencia con visitantes interestelares en una época anterior de su historia. La nuestra no es la única raza que posee naves espaciales. Sin embargo, ya le he dicho que no teorizo anticipándome a los hechos. Digamos simplemente que la Antigua Gente, si existe, es extraña para nosotros.

- Para un pensador riguroso como usted, ésa es una argumentación muy alambicada.

- Ya he admitido que es provisional. - El la miró a través de un turbión de humo de la fogata -. Usted acudió a mi, Barbro, insistiendo en que su hijo había sido robado, pero sus alusiones a unos raptores por motivos religiosos eran absurdas. ¿Por qué se muestra tan reacia a admitir la realidad de no humanos?

- A pesar de que probablemente de ello depende el que Jimmy esté vivo - suspiró ella -. Lo sé. - Un estremecimiento -. Tal vez no me atrevo a admitirlo.

- Hasta ahora no he dicho nada que no se haya especulado en letra impresa - dijo él -. Una especulación desacreditada, desde luego. En un centenar de años nadie ha encontrado pruebas válidas de que los Outlings sean algo más que una superstición. Sin embargo, unas cuantas personas han declarado que es al menos posible que en las regiones inexploradas habiten nativos inteligentes.

- Lo sé - repitió ella -. Aunque no sé lo que le ha inducido a tomarse en serio esos argumentos, de la noche a la mañana.

- Bueno, cuando usted me obligó a pensar, se me ocurrió que los colonos de Roland no son agricultores medievales completamente aislados. Tienen libros, telecomunicaciones, herramientas mecánicas, vehículos a motor; y por encima de todo, tienen una educación moderna orientada científicamente. ¿Por qué habían de volverse supersticiosos? Algo debe provocarlo. - Se interrumpió -. Será mejor que no continúe. Mis ideas van más allá; pero si son correctas, es peligroso hablar de ellas en voz alta.

Los músculos del vientre de Mistherd se tensaron. Había peligro para la Bella en aquella cabeza de ave de presa. La Portadora de Guirnaldas tenía que ser advertida. Estuvo a punto de ordenar a Nagrim que matara a aquella pareja. Si el nicor actuaba con la suficiente rapidez, sus armas de fuego no les servirían para nada. Pero podían haber dejado un aviso detrás de ellos... Mistherd volvió a escuchar. La conversación había cambiado de rumbo. Barbro estaba murmurando:
- ¿Por qué se quedó usted en Roland?

El hombre sonrió desvaídamente.

- Bueno, la vida en Beowulf no tenía alicientes para mi. Heorot está... o estaba; esto fue hace unas décadas, no lo olvide..., Heorot estaba densamente poblado, perfectamente organizado, fastidiosamente uniforme. Eso era debido en parte a la frontera de las tierras bajas, una válvula de seguridad para dar salida a los descontentos. Pero yo carecía de la tolerancia al dióxido de carbono necesaria para vivir allí en buen estado de salud. Se estaba preparando una expedición para recorrer cierto número de mundos colonizados, especialmente aquellos que no disponían de equipo para mantener contacto por laser. Recordará usted su anunciado objetivo: buscar nuevas ideas en ciencia, arte, sociología, filosofía, todo lo que se revelara como valioso. Temo que en Roland encontraron muy pocas cosas importantes para Beowulf. Pero yo vi oportunidades para mí mismo y decidí establecerme aquí.

- ¿Era usted también detective allí?

- Sí, en la policía oficial. Esta profesión es una tradición en nuestra familia. Algo de eso puede proceder de la rama cherokee de ella, si el nombre significa algo para usted. Sin embargo, descendemos también por línea colateral de uno de los primeros investigadores privados que existieron en la Tierra antes de los vuelos espaciales. Sea o no verdad, siempre le he considerado como un modelo útil. Un arquetipo, ¿comprende?

El hombre se interrumpió. Una sombra de inquietud nubló su semblante.

- Será mejor que nos acostemos - dijo -. Mañana por la mañana tenemos que recorrer una larga distancia.

Ella miró a su alrededor.

- Aquí no hay mañanas - murmuró.

Se retiraron. Mistherd se incorporó y flexionó cautelosamente sus músculos. Antes de regresar a la Hermana de Lyrth, se arriesgó a echar una ojeada a través de una ventanilla del vehículo. Había dos catres, uno al lado del otro, y los humanos yacían en ellos. Pero el hombre no había tocado a la mujer, a pesar de que ella tenía un cuerpo atractivo, y nada sugería que se dispusiera a hacerlo.

Unos seres raros, los humanos. Fríos y como de arcilla. ¿Y querían invadir el maravilloso mundo salvaje? Mistherd escupió, asqueado. No debía ocurrir. No ocurriría. La que reinaba lo había jurado.

Las tierras de William Irons eran inmensas. Pero esto se debía a que se necesitaba una baronía para mantenerle a él, a su familia y a su ganado, a base de unas cosechas nativas cuyo cultivo era aún parcialmente desconocido. Cultivaba también algunas plantas terrestres, a la luz del verano y en invernaderos. Sin embargo, aquellas plantas eran un lujo. La verdadera conquista del Artica septentrional estaba en la hierba para forraje, en la batiriza, el pericup y el glicofilón, y eventualmente, cuando el mercado se ampliara con la población y la industria, el chalcantemo para los floristas de la ciudad y las pieles de animales criados en jaulas para los peleteros.
Eso sería en un futuro que Irons no esperaba llegar a ver. Sherrinford se preguntó si el hombre esperaba realmente que alguien lo viera.

La estancia era cálida y estaba bien iluminada. El fuego crepitaba alegremente en el hogar. La luz de los paneles fluorescentes brillaba sobre los armarios, sillas y mesas talladas a mano, sobre las cortinas de vivos colores y la vajilla de los anaqueles. El colono estaba sólidamente instalado en su alto asiento, robusto, macizo, con la barba desparramándose sobre su pecho. Su esposa y sus hijas trajeron café, cuya fragancia se unió a los restantes aromas de una cena copiosa para él, sus huéspedes y sus hijos.

Pero en el exterior, el viento ululaba, el relámpago centelleaba, el trueno rugía, la lluvia estallaba sobre el tejado y las paredes y formaba remolinos entre los guijarros del patio. Establos y cobertizos se agachaban contra la inmensidad que se extendía más allá. Los árboles gemían, y, ¿resonaba una maligna carcajada ahogando el mugido de una vaca asustada? El granizo golpeó las tejas como nudillos llamando a una puerta.

Uno podía sentir cuán lejanos estaban sus vecinos, pensó Sherrinford. Y, sin embargo, ellos eran las personas a las que uno veía con más frecuencia, con las que hacia negocios diariamente por visífono (cuando una tormenta solar no introducía el caos en voces y rostros) o personalmente, con las que celebraba reuniones, chismorreaba o intrigaba, con las que concertaba matrimonios; al final; eran las personas que le enterrarían a uno. Las luces de los pueblos teteros estaban monstruosamente lejos.

William Irons era un hombre fuerte. Pero cuando habló ahora, había miedo en su tono.
- ¿Piensan ir realmente más allá de Troll Scarp?

- ¿Se refiere usted a las Empalizadas Hanstein? - respondió Sherrinford, en tono más de reto que de pregunta.

- Ningún colono del interior les da otro nombre que no sea Troll Scarp - dijo Barbro.
¿Y cómo había renacido un nombre como aquél, a años-luz y a siglos de distancia de la Edad Media de la Tierra?

- Cazadores, tramperos, prospectores..., ustedes les llaman exploradores..., viajan por esas montañas - declaró Sherrinford.

- En algunas partes - dijo Irons -. Eso está permitido, por un pacto concluido entre un hombre y la Reina después de que él curase a un asno-de-las-colinas herido por un satán. Dondequiera que crece la plumablanca los hombres pueden circular, si dejan presentes en los altares de piedra a cambio de lo que toman de la tierra. A otras partes... no es prudente ir.
- Pero se ha hecho, ¿no es cierto?

- ¡Oh, sí! Y algunos han regresado sin novedad, o al menos eso pretenden, aunque he oído decir que a partir de entonces les acompañó la desgracia. Y algunos no regresaron; se desvanecieron. Y algunos que regresaron hablaron balbuceando de maravillas y horrores, quedando idiotizados por el resto de sus vidas. Hace muchísimo tiempo que nadie ha sido lo bastante osado para romper el pacto y traspasar los límites. - Irons miró a Barbro con una expresión casi implorante. Lo mismo hicieron su esposa y sus hijos, en completo silencio. El viento aulló más allá de las paredes y sacudió las contraventanas -. No lo haga usted.

- Tengo motivos para creer que mi hijo está allí - respondió ella.

- Si, si, nos lo ha contado usted, y yo lo siento. Tal vez pueda hacerse algo. Tal vez depositar una doble ofrenda en el Túmulo de Unvar a mediados del invierno, y un ruego escrito en el césped con un cuchillo de pedernal. Quizá devolverían al niño. - Irons suspiró -. Aunque eso es algo de lo que no hay noticia en la memoria del hombre. Y el niño podía haber corrido una suerte peor. Yo mismo les he entrevisto corriendo alocadamente a través del crepúsculo. Parecen más felices que nosotros. Para el niño, podría resultar poco beneficioso regresar a su lado.

- Como en la canción de Arvid - dijo su esposa.

Irons asintió.

- U otros, ahora que pienso en ello.

- ¿Qué es esto? - preguntó Sherrinford.

Con más intensidad que antes, se sintió como un extraño. El era hijo de ciudades y técnicas; por encima de todo, un hijo de la inteligencia escéptica. Esta familia creía. T resultó inquietante ver algo más que un ápice de su aceptación en el lento gesto de asentimiento de Barbro.

- Nosotros tenemos la misma balada en la Tierra de Olga Ivanoff - le dijo Barbro, con voz menos tranquila que las palabras -. Es una de las tradicionales que se cantan para establecer el compás de un baile en un prado. Nadie sabe quién la compuso.

- He visto una multilira en su equipaje, señora Cullen - dijo la esposa de Irons. Estaba visiblemente deseosa de acabar con el explosivo tema de una aventura en desafío a la Antigua Gente. Una canción podía ayudar -. ¿Le gustaría entretenernos un poco?

Barbro sacudió la cabeza, pálida alrededor de las fosas nasales. El mayor de los muchachos se apresuró a decir, más bien dándose importancia:

- Bueno, yo puedo hacerlo, desde luego, si a nuestros huéspedes les gusta oírlo.

- Me gustaría mucho, gracias - dijo Sherrinford, retrepándose en su asiento y atacando su pipa. Si esto no hubiera sucedido espontáneamente, él hubiera guiado la conversación hacia un desenlace similar.

En el pasado no había tenido ningún incentivo para estudiar el folklore de las regiones del interior, y pocas posibilidades de leer las escasas referencias al mismo desde que Barbro acudió a él con su problema. Pero estaba cada vez más convencido de que debía llegar a una comprensión - no un estudio antropológico, sino una sensación íntima - de la relación existente entre los hombres de la frontera de Roland y aquellos seres que les acosaban.

Todos se instalaron cómodamente para escuchar. Las tazas de café volvieron a llenarse, acompañadas ahora de una copa de brandy.

- El último verso es el estribillo. Todo el mundo tiene que cantarlo, ¿de acuerdo? - explicó el muchacho.

Era evidente que también él confiaba en apaciguar así algo de la tensión. ¿Catarsis a través de la música?, se preguntó Sherrinford, y añadió para sí mismo: No, exorcismo.

Una muchacha rasgueó una guitarra. El muchacho cantó, con una melodía que se impuso al ruido de la tormenta:

El explorador Arvid
cabalgaba a través de las colinas
entre los árboles de hojas temblonas,
a lo largo de los cantarines riachuelos.
La danza se teje debajo del estramonio.
El viento nocturno susurraba a su alrededor
con aromas de ruda y gamarza.
Las dos lunas brillaban encima de él
y las colinas resplandecían con el rocío.
La danza se teje debajo del estramonio.
Y soñando en aquella mujer
que esperaba al sol,
se detuvo, deslumbrado por el resplandor de la estrella,
y eso fue su perdición.
La danza se teje debajo del estramonio.
Ya que allí debajo de un túmulo
iluminado por una luna,
los Outlings estaban danzando
con un brillo cristalino y dorado.
La danza se teje debajo del estramonio.
Los Outlings estaban danzando
como agua, viento y fuego
a los acordes de un arpa,
y nunca se cansaban.
La danza se teje debajo del estramonio.
Ella echó a andar hacia Arvid
desde donde contemplaba la danza,
la Reina del Aire y la Oscuridad,
con resplandor de estrellas en su mirada.
La danza se teje debajo del estramonio.
Con resplandor de estrellas, amor y terror
en su mirada inmortal,
la Reina del Aire y la Oscuridad...

- ¡No! - Barbro se puso en pie de un salto. Sus puños estaban crispados y las lágrimas azotaban sus pómulos -. ¡No pueden ustedes... hablar así... de los seres que robaron a Jimmy!

Salió corriendo de la estancia y subió a la habitación que le hablan destinado.

Pero ella terminó la canción por sí misma. Eso fue unas setenta horas más tarde, acampando en las alturas que los exploradores no se atrevían a hollar.

Sherrinford y ella no habían hablado mucho con la familia Irons, después de rechazar repetidos ruegos para que renunciaran a su expedición. Ni habían hablado mucho entre ellos al principio, mientras viajaban hacia el norte. Lentamente, sin embargo, Sherrinford empezó a sonsacar a Barbro acerca de su propia vida. Poco a poco, Barbro casi olvidó su pesar, recordando su hogar y sus antiguos vecinos. Esto condujo a varios descubrimientos: que él, debajo de sus modales de profesor, era un gourmet y un aficionado a la ópera y apreciaba la feminidad de Barbro; y que ella aún podía reír y encontrar belleza en la tierra salvaje que la rodeaba. Barbro se cuenta, con una sensación de culpabilidad, de que la vida contenía más esperanzas que incluso la recuperación del hijo que Tim había dado.

- Me he convencido a mí mismo de que está vivo - dijo el detective. Frunció el ceño -. Sinceramente, eso me hace lamentar haberla traído conmigo. Esperaba que nuestro viaje tendría con objetivo reunir hechos, simplemente, pero se está convirtiendo algo más. Si nos enfrentamos con seres reales que le robaron niño, pueden causar verdadero daño. Debería regresar al poblar más próximo y pedir un avión para que se la llevara a usted.

- No hará nada de eso - replicó ella -. Necesita a alguien que conozca las condiciones de las tierras del interior, y además soy una tiradora de primera.

- Mmm... Implicaría también un considerable retraso, ¿no es cierto? Además de la distancia complementaria, no puedo enviar una señal a ningún aeropuerto antes de que las actuales interferencia solares hayan desaparecido.

A la «noche» siguiente Sherrinford sacó el resto de su equipo y lo instaló. Barbro reconoció algunos aparatos, tales como el lector térmico. Pero otros eran desconocidos para ella, copiados por encargo de Sherrinford de los avanzados instrumentos de su mundo natal. Y se negó a hablarle de ellos.

- Ya le expliqué mi sospecha de que los seres tras los cuales andamos posean facultades elepáticas - dijo, disculpándose.


Barbro abrió mucho los ojos, asombrada.

- ¿Quiere usted decir que puede ser cierto que la Reina y su gente puedan leer en las mentes?

- Eso es parte del temor que rodea su leyenda, ¿no? En realidad el fenómeno no tiene nada de sobrenatural. Fue estudiado y perfectamente definido hace siglos, en la Tierra. Me atrevería a decir que los hechos están expuestos en los microarchivos científicos de Christmas Landing. Ustedes, los de Roland, no han tenido ocasión de estudiarlos, del mismo modo que no han tenido ocasión aún de estudiar la manera de construir proyectores de rayos de energía ni naves espaciales.

- Bueno, ¿cómo funciona la telepatía, entonces?

Sherrinford comprendió que Barbro deseaba que la tranquilizaran más que conocer hechos, y habló con deliberada sequedad:

- El organismo genera radiación de onda sumamente larga que en principio, puede ser modulada por el sistema nervioso. En práctica, lo débil de las señales y su bajo nivel de transmisión-información las hace elusivas, difíciles de detectar y de medir. Nuestros antepasados prehumanos desarrollaron otros sentidos más dignos de confianza, como la vista y el oído. Sus experiencias telepáticas eran marginales, en el mejor de los casos. Pero los exploradores han encontrado especies extraterrestres que habían conseguido una ventaja evolutiva desarrollando el sistema, en sus entornos particulares. Imagino que tales especies podrían incluir a una que está comparativamente poco expuesta ala luz directa del sol: que, de hecho, parece rehuirla. Podría incluso ser tan capaz en este aspecto como para captar emisiones débiles del hombre y hacer que las sensibilidades primitivas de éste resonaran a sus propias y poderosas emisiones mentales.

- Eso les serviría de mucho, ¿no es cierto? - dijo Barbro débilmente.

- He instalado una pantalla alrededor de nuestro vehículo - explicó Sherrinford -, pero sus efectos sólo alcanzan a unos cuantos metros de distancia del chasis. Más allá, un espía de ellos podría captar los pensamientos de usted y enterarse de lo que trato de hacer, si usted lo supiera. Yo tengo un subconsciente muy bien adiestrado, el cual se encarga de que piense en francés cuando estoy fuera del vehículo. La comunicación tiene que ser estructurada para que resulte inteligente, ¿comprende?, y esa es una estructura bastante distinta del inglés. Pero el inglés es el único idioma humano en Roland, y seguramente que la Antigua Gente lo ha aprendido.
Barbro asintió. El le había contado su plan general, el cual era demasiado evidente para ocultarlo. El problema estribaba en establecer contacto con los alienígenas, si es que existían. Hasta entonces sólo se habían revelado a sí mismos, a escasos intervalos, a uno o a unos pocos colonos del interior al mismo tiempo. La facultad de engendrar alucinaciones podía ayudarles. Permanecerían alejados de cualquier expedición numerosa, y quizá por ello imposible de manipular, que pudiera pasar a través de su territorio. Pero dos personas, desafiando todas las prohibiciones, no deberían parecer demasiado formidables para no aproximarse a ellas. Y... éste sería el primer equipo humano que no sólo trabajaba sobre el supuesto de que los Outlings eran reales, sino que poseía los recursos de la moderna tecnología policíaca.

En aquel campamento no ocurrió nada. Sherrinford dijo que no había esperado que ocurriera. La Antigua Gente parecía proceder con mucha cautela. En sus propias tierras debían ser más osados.

Y a la anoche siguiente el vehículo se había adentrado mucho más en aquellas tierras. Cuando Sherrinford paró el motor en un prado, el silencio rodó como una ola.

Se apearon. Ella preparó una comida en la lámpara incandescente mientras él recogía leña para encender una fogata. De vez en cuando echaba una ojeada a su muñeca izquierda. No llevaba reloj, sino una esfera controlada por radio que le indicaba lo que los instrumentos del vehículo podían registrar.

¿Quién necesitaba un reloj aquí? Lentas constelaciones giraban más allá de la resplandeciente aurora. La luna Alde colgaba sobre un pico nevado, convirtiéndolo en plata, aunque aquel lugar se encontraba a una respetable altura. El resto de las montañas quedaba oculto por el bosque que les rodeaba. Sus árboles eran principalmente de hojas temblonas y plumablancas, fantasmales entre sus sombras. Unos cuantos estramonios resplandecían, como arracimados y pálidos fanales, y la maleza era espesa y despedía un olor dulzón. La vista alcanzaba sorprendentemente lejos a través de la azulada neblina. En alguna parte, muy cerca, trinaba un pájaro.

- Esto es muy hermoso - dijo Sherrinford. Habían terminado de cenar pero no habían encendido aún la fogata.

- Pero extraño - respondió Barbro en voz baja -. Me pregunto si nos está realmente destinado. Si podemos esperar realmente poseerlo.

La boquilla de la pipa de Sherrinford apuntó hacia las estrellas.

- El hombre ha ido a lugares más extraños que éste.

- ¿De veras? Yo... ¡Oh!, supongo que es algo que me ha quedado de mi infancia en las tierras del interior, pero cuando estoy debajo de ellas no puedo pensar en las estrellas como en globos de gas, cuya energía ha sido medida, cuyos planetas han sido hollados por pies prosaicos. No, son pequeñas y frías y mágicas; nuestras vidas están atadas a ellas; cuando morimos, nos susurran en nuestras tumbas. - Barbro inclinó la mirada -. Sé que eso es una tontería.

En el crepúsculo, Barbro pudo ver cómo se tensaba el rostro de Sherrinford, el cual dijo:
- En absoluto. Emocionalmente, la física puede ser una tontería mayor. Y al final, después de un número suficiente de generaciones, la idea sigue al sentimiento. El hombre no es racional de corazón. Podría dejar de creer las historias de la ciencia si dejaran de coincidir con sus sentimientos.

Hizo una pausa.

- Aquella balada que no terminaron de cantar, en la casa - añadió finalmente, sin mirarla -. ¿Por qué la afectó tanto?

- No pude soportar oír cómo hablaban de ellos..., bueno, elogiándolos. O al menos eso parecía. Lo siento mucho.

- Creo que esa balada ha dado origen a otras muchas.

- Bueno, nunca se me ocurrió estudiarlas. En Roland no tenemos tiempo para dedicarlo a la antropología cultural, aunque lo más probable es que ni siquiera hayamos pensado en ella, con tantas cosas por hacer. Pero ahora que usted lo menciona, sí, resulta sorprendente el número de canciones y de leyendas que incluyen el tema de Arvid.

- ¿Podría usted soportar el recitarla?

Barbro dominó el impulso de echarse a reír.

- Puedo hacer algo mejor que eso, si lo desea dijo -. Permítame que vaya a buscar mi multilira.
Omitió el hipnótico estribillo, excepto al final. Sherrinford la contempló, erguida contra la luna y la aurora.

...La Reina del Aire y la Oscuridad
habló suavemente bajo el cielo:
«Anímate, explorador Arvid,
y únete a los Outlings.
No necesitas ser humano,
lo cual es un pesado yugo.
El se atrevió a contestar:
«No puedo detenerme.
Una doncella me espera, soñando
en tierras bajo el sol.
»Y también me esperan camaradas
y tareas que no debo rehuir,
pues, ¿qué serla el explorador Arvid
si descuidara su trabajo?
»De modo que descarga tus hechizos
y tu cólera sobre mí.
Aunque quizá puedas matarme,
no me harás esclavo..
La Reina del Aire y la Oscuridad
se irguió envuelta en resplandores
de septentrional belleza,
y él no se atrevió a mirarla.
Hasta que ella rió con sonido musical
y le dijo en tono burlón:
No necesito una magia
para poner en ti una eterna tristeza.
»Te dejaré marchar
con sólo tu recuerdo
de la luz de la luna, la música Outling,
la brisa nocturna, el rocío y yo.
»Y eso correrá detrás de ti,
una sombra en el sol,
y yacerá a tu lado
cuando el día termine.
»En el trabajo, en el juego y en la amistad
la pena te destrozará el corazón
ya que pensarás en lo que eres...
y en lo que podías haber sido.
»Trata amablemente mientras puedas
a tu insípida y estúpida mujer.
¡Márchate ahora, explorador Arvid,
continúa libre para ser un hombre!»
Retozando y riendo,
los Outlings desaparecieron.
Arvid quedó solo bajo la luz de la luna
y lloró hasta el amanecer.

La danza se teje debajo del estramonio.

Barbro dejó la lira a un lado. El viento agitó las hojas. Tras un largo silenció, Sherrinford dijo:

- ¿Y leyendas de este tipo forman parte de la vida de todo el mundo en las tierras del interior?
- Bueno, podría decirse así - respondió Barbro -. Aunque no todas están llenas de hazañas sobrenaturales. Algunas hablan de amor o de heroísmo. Temas tradicionales.

- No creo que su tradición particular haya surgido por sí misma - dijo Sherrinford -. De hecho, creo que la mayoría de sus canciones y leyendas no fueron compuestas por seres humanos.
Con estas palabras dio por terminada la conversación. Se acostaron muy temprano.

Horas más tarde, una alarma les despertó.

El zumbido fue suave, pero les alertó inmediatamente. Dormían vestidos, preparados para cualquier emergencia. El resplandor del cielo les iluminaba a través de la tela del techo.

Sherrinford saltó de su litera, se calzó las botas y colgó el revólver de su cinto.

- Quédese dentro - ordenó.

- ¿Quién hay? - inquirió Barbro con voz temblorosa.

Sherrinford miró de reojo las esferas de sus instrumentos y comprobó el indicador luminoso de su muñeca.

- Tres animales - contó -. No parecen salvajes. Uno muy grande, homeotérmico, a juzgar por el infrarrojo, a cierta distancia. Otro..., hum, temperatura baja, emisión difusa e inestable, como si fuera un..., un enjambre de células coordinadas..., ¿feromonalmente? revoloteando, también a cierta distancia. Pero el tercero está prácticamente pegado a nosotros, moviéndose en la maleza; y su tipo parece humano.

Barbro, le vio temblar de ansiedad: había dejado de parecer un profesor.

- Voy a intentar capturarle - dijo -. Cuando tengamos a alguien a quien interrogar... Manténgase preparada para permitirme volver a entrar rápidamente. Pero no se arriesgue, pase lo que pase. No suelte esto.

Y le entregó un pesado rifle de caza.

Su alta figura se dirigió hacia la puerta y la entreabrió ligeramente. Penetró una ráfaga de aire, frío, húmedo, lleno de fragancias y murmullos. La luna Oliver estaba ahora también en lo alto, las dos con un resplandor irrealmente brillante, y la aurora bullía en blancura y azul-hielo.
Sherrinford consultó de nuevo su indicador. Debía señalar la posición de los espías, entre aquel bosque de hojas. Bruscamente, saltó fuera del vehículo, echó a correr más allá de las cenizas de la fogata y desapareció debajo de los árboles. La mano de Barbro se crispó sobre la culata de su arma.

Estalló la confusión. Dos luchadores se hicieron visibles en el prado. Sherrinford había agarrado a una figura humana más pequeña. Barbro pudo ver que el otro iba desnudo, era varón, de cabellos largos, flexible y joven. Luchaba como un demonio, al parecer utilizando los dientes, los pies y las uñas, y aullaba como un satén.

La identificación la dejó sin aliento: un Outling, robado en su niñez y criado por la Antigua Gente. ¡Querían convertir a Jimmy en una criatura como ésa!

- ¡Ja!

Sherrinford dobló el brazo de su adversario detrás de su espalda y logró dominarle, obligándole a dirigirse hacia el vehículo.

De entre los árboles surgió un gigante. El mismo podría haber sido un árbol, negro y rugoso, agitando cuatro grandes ramas nudosas; pero la tierra se estremeció y retumbó bajo sus recias patas, y su tunco alarido llenó el cielo y los cráneos.

Barbro gritó, advirtiendo a Sherrinford, el cual giró sobre sí mismo, empuñó su revólver y disparó una y otra vez. Su brazo libre seguía sujetando al joven. La monstruosa forma vaciló bajo aquellos impactos. Pero se rehizo y continuó avanzando, más lentamente, con más precaución, dando un rodeo para cortarle el camino de acceso al vehículo. Sherrinford no podía moverse con la rapidez suficiente para evitarlo, a menos que soltara a su prisionero..., el cual era su único guía posible hacia Jimmy.

Barbro saltó hacia adelante.

- ¡No lo haga! - gritó Sherrinford -. ¡Por el amor de Dios, quédese dentro!

El monstruo rugió y se encaminó lentamente hacia ella. Barbro apretó el gatillo. El retroceso la golpeó en el hombro. El coloso se tambaleó y cayó. Pero volvió a ponerse en pie y avanzó hacia ella. Barbro retrocedió. Disparó otra vez, y otra. El animal gruñó. Empezó a brotar sangre de sus heridas. Dio media vuelta y se alejó, rompiendo ramas, hacia la oscuridad que anidaba debajo de los árboles.

- ¡Póngase a cubierto! - aulló Sherrinford -. ¡Está fuera del campo protector!

Una especie de niebla la envolvió. Al disiparse, Barbro vio la nueva figura en el lindero del prado.

- ¡Jimmy! - gritó.

- ¡Mamá!

El niño extendió sus brazos. La luz de la luna iluminó sus lágrimas. Barbro dejó su arma y corrió hacia él.

Sherrinford salió en su persecución. Jimmy desapareció entre la maleza. Barbro siguió corriendo. Luego, alguien la cogió y huyó con ella.

De pie delante de su cautivo, Sherrinford aumentó la intensidad del panel fluorescente hasta que la visión del exterior quedó bloqueada desde dentro del vehículo. El muchacho parpadeó bajo aquel resplandor incoloro.

- Vas a hablar - dijo el hombre. A pesar de la dureza que se reflejaba en sus facciones, su tono era tranquilo.

El muchacho se removió entre sus ligaduras. Tenía una magulladura en la mandíbula. Casi había recobrado la capacidad de huir mientras Sherrinford perseguía y perdía a la mujer. Al regresar, el detective le había capturado de nuevo por muy poco. No era el momento de mostrarse blando, ya que en cualquier instante podían llegar refuerzos Outlings. Sherrinford le había golpeado en la mandíbula y le había arrastrado al interior del vehículo. Allí le había atado a un asiento metálico.

El muchacho escupió:

- ¿Hablar contigo, hombre disfrazado?

Pero el sudor perlaba su piel, y sus ojos tenían una expresión asustada.

- Dime un nombre por el que pueda llamarte.

- ¿Para que me eches un sortilegio?

- Yo me llamo Eric. Si no me das otra elección, tendré que llamarte... mmm... Wuddikins.

- ¿Qué? - A pesar del cambio que había experimentado, el cautivó seguía siendo un adolescente humano -. Mistherd, entonces. - El acento cantarín de su inglés subrayaba su hosquedad -. Ese no es el sonido, solamente lo que significa. De todos modos, es mi nombre hablado, nada más.

- ¡Ah! ¿De modo que tienes un nombre secreto que consideras que es el verdadero?

- Ella lo sabe. Yo lo ignoro. Ella sabe los nombres verdaderos de todo el mundo.

Sherrinford enarcó las cejas.

- ¿Ella?

- La que reina. Que ella me perdone, pero no puedo hacer la señal reverente teniendo los brazos atados. Algunos invasores la llaman la Reina del Aire y la Oscuridad.

- Ya. - Sherrinford cogió la pipa y el tabaco. Permaneció en silencio mientras llenaba la pipa y la encendía. Finalmente dijo -: Confieso que la Antigua Gente me ha cogido por sorpresa. No esperaba tropezar con un miembro de tu banda tan formidable. Por lo que había podido averiguar, tenía la impresión de que los Outlings actuaban furtivamente sobre mi raza y la tuya a base de engaños y de alucinaciones.

Mistherd asintió con aire truculento.

- Ella creó los primeros nicors no hace mucho tiempo. No creas que ella tiene solamente encandilamientos en su pico.

- Estoy seguro. Sin embargo, un proyectil revestido de acero tampoco funciona mal, ¿no es cierto?

Sherrinford continuó, en voz baja, como si hablara para sí mismo:

- Sigo creyendo que los, los nicors, todos vuestros engendros semihumanos, están destinados principalmente a ser vistos, no utilizados. El poder de proyectar espejismos debe ser seguramente muy limitado en alcance, así como en el número de individuos que lo poseen. En caso contrario, ella no se vería obligada a actuar con tanta lentitud y tanta astucia. Incluso en el exterior de nuestro escudo protector, Barbro, mi compañera, podía haber resistido, podía haber tenido conciencia de que lo que estaba viendo era irreal..., si hubiese estado menos trastornada, menos frenética, menos impulsada por la necesidad.

Sherrinford envolvió su cabeza en humo.

- No importa lo que yo he experimentado - continuó -. No podía haber sido igual que para ella. Creo que se limitaron a ordenarnos: «Veréis lo que más deseáis en el mundo alejándose de vosotros en el bosque». Desde luego, ella no recorrió muchos metros antes de que el nicor la capturase. No confío en descubrir su rastro; no soy un explorador de la Artica y, además, resultaría demasiado fácil tenderme una emboscada. Me quedas tú. - Torvamente -: Tú eres mi enlace con tu soberana.

- ¿Crees que voy a guiarte a Starhaven o a Carheddin? No podrás obligarme a ello, hombre disfrazado.

- Quiero hacer un trato.

- Sospechaba algo por el estilo - dijo Mistherd con sorprendente malicia -. ¿Qué contaréis cuando regreséis a casa?

- Sí, eso plantea un problema, ¿verdad? Barbro Cullen y yo no somos unos colonos asustados. Somos de la ciudad. Hemos traído instrumentos de grabación. Seremos los primeros de nuestra raza en informar de un encuentro con la Antigua Gente, y ese informe será detallado y plausible. Producirá una enérgica acción.

- Por eso no temo morir - declaró Mistherd, aunque sus labios temblaban un poco -. Si permito que sigas adelante y hagas tus cosas-de-hombre a mi pueblo, no me quedará nada por lo que valga la pena vivir.

- No debes tener ningún temor inmediato - dijo Sherrinford -. Tú eres simplemente un cebo. - Se sentó y miró al muchacho a través de una visera de calma, mientras por dentro sollozaba: ¡Barbro, Barbro! -. Piensa un poco. Tu Reina no puede dejarme marchar, llevándome a mi prisionero y hablando acerca de los suyos. Tiene que evitarlo como sea. Yo podría tratar de abrirme paso luchando: este vehículo está mejor armado de lo que imaginas; pero eso no liberaría a nadie. Por lo tanto, voy a quedarme. Nuevas fuerzas de ella llegarán aquí lo antes que puedan. Supongo que no se lanzarán ciegamente contra una ametralladora, un obús, un lanza-rayos. Parlamentarán primero, sean honradas o no sus intenciones. Así estableceré el contacto que busco.

- ¿Cuál es tu plan? - murmuró Mistherd, sin lograr disimular su angustia.

- En primer lugar, esto, como una especie de invitación. - Sherrinford extendió una mano y pulsó un interruptor -. Ya está. He rebajado la intensidad del escudo protector contra la lectura de la mente y la proyección de formas. Me atrevería a decir que los caudillos, al menos, serán capaces de captarlo. Y eso les infundirá confianza.

- ¿Y después?

- Después, esperaremos. ¿Quieres comer o beber algo?

Durante las horas que siguieron, Sherrinford trató de sonsacar a Mistherd, descubrir algo acerca de su vida. Pero todas las respuestas que obtuvo fueron monosílabos. Apagó casi del todo las luces interiores y se instaló para atisbar hacia fuera. Fueron unas largas horas.

Terminaron con un grito de alegría, casi un sollozo, del muchacho. Surgiendo del bosque llegaba una banda de la Antigua Gente.

Algunos de ellos despedían una claridad que no era producida por las lunas ni por las estrellas. El que iba en vanguardia cabalgaba sobre una especie de toro blanco cuyos cuernos estaban adornados con guirnaldas. Su forma era humanoide pero sobrenaturalmente bella, con los cabellos rubio platino cayendo por debajo del yelmo astado, alrededor del rostro frío y altivo. La capa se agitaba detrás de su espalda como unas alas dotadas de vida. Su cota de malla de color de escarcha producía un sonido metálico.

Detrás de él, a derecha e izquierda, cabalgaban dos que llevaban espadas resplandecientes, flamígeras y centelleantes. Encima, una grey volante reía, trinaba y se revolcaba en la brisa. Cerca de ellos se arrastraba una calígine semitransparente. Los otros que pasaban entre los árboles detrás de su caudillo resultaban más difíciles de identificar. Pero avanzaban airosamente como si les acompañara un sonido de arpas y trompetas.

- El gobernador Luighaid en persona - murmuró Mistherd en tono reverente.
Sherrinford no había hecho nunca una cosa más difícil que sentarse ante el tablero principal, acercar el dedo al interruptor del generador del escudo... y no tocarlo. Enrolló una parte de la tela del techo para permitir el paso de las voces. Una ráfaga de viento le golpeó en el rostro, cargada del perfume de las rosas en el jardín de su madre. A su espalda, en el cuerpo principal del vehículo, Mistherd se tensó contra sus ligaduras hasta que pudo ver a la tropa que llegaba.

- Llámales - dijo Sherrinford -. Pregúntales si quieren hablar conmigo.

Palabras desconocidas y de sonido musical fueron y vinieron.

- Sí - tradujo el muchacho -. El gobernador Luighaid hablará contigo. Pero puedo decirte que no te dejarán marchar. No luches contra ellos. Ríndete. Te conviene. No sabrás lo que es estar vivo hasta que mores en Carheddin, bajo la montaña.

Los Outlings se acercaron.

Jimmy desapareció y Barbro se encontró retenida por unos fuertes brazos, contra un pecho poderoso, y sintió moverse el caballo debajo de ella. Tenía que ser un caballo, aunque en las granjas quedaban muy pocos de aquellos animales, destinados a usos especiales y conservados por afecto. Podía oír el rumor del follaje al ser hendido y el golpeteo seco de los cascos cuando el terreno era rocoso; una fragancia cálida y vigorosa la envolvía a través de la oscuridad.

El que la llevaba dijo suavemente:

- No temas, querida. Era una visión. Pero nos está esperando y pronto nos reuniremos con él.
De un modo vago, Barbro se dio cuenta de que debería sentirse aterrorizada, o desesperada, o algo por el estilo. Pero sus recuerdos yacían detrás de ella... Ni siquiera estaba segura de cómo había llegado aquí. Sólo la sostenía el conocimiento de ser amada. Calma, calma, descansa en la tranquila espera de la felicidad...

Poco después el bosque se abrió. Cruzaron una llanura en la que los peñascos se erguían grises y blancos bajo las lunas, con sus sombras cambiantes a los leves resplandores que la aurora proyectaba a través de ellos. Delante brillaba un picacho cuya cumbre estaba coronada de nubes.

Los ojos de Barbro se fijaron en la cabeza del caballo y reconocieron al animal con callada sorpresa: era Sambo, que había sido suyo cuando era una niña. Levantó la mirada hacia el hombre. Llevaba una túnica negra y una capa con capucha que casi ocultaba su rostro. Ella no podía gritar en voz alta, aquí.

- Tim - susurró.

- Sí, querida.

- Yo te enterré...

La sonrisa del hombre fue infinitamente tierna.

- ¿Crees que no somos más que lo que queda de nosotros debajo tierra? ¡Pobre corazón desgarrado! La que nos ha llamado tiene poder para curarlo todo. Ahora descansa y sueña.
- Soñar - dijo ella, y por un instante luchó para sobreponerse a sí misma. Pero el esfuerzo fue débil. ¿Por qué tenía que creer en leyendas acerca de átomos y energías, y nada más para llenar una brecha de vacío..., leyendas que no podía traer a su mente..., cuando Tim y el caballo que su padre le había regalado la llevaban hacia Jimmy? ¿No había sido lo otro el sueño maligno, del que ahora estaba despertando?

Como si oyera sus pensamientos, él murmuró:

- En la región de los Outlings tienen una canción. La Canción de los Hombres:

El mundo navegaba
hacia un viento invisible.
La luz remolinea junto a los arcos.
El despertar es noche.
Pero los Moradores no tienen semejante tristeza.

- No comprendo - dijo ella.

El asintió.

- Hay muchas cosas que tienes que comprender, querida, y no podré volver a verte hasta que hayas aprendido esas verdades. Pero, entretanto, estarás con nuestro hijo.

Barbro trató de levantar la cabeza y besarle. El la retuvo suavemente.

- Todavía no - dijo -. No has sido recibida entre la gente de la Reina. No tenia que haber venido a buscarte, pero ella fue demasiado misericordiosa para prohibirlo. Descansa, descansa.

El tiempo voló. El caballo galopaba incansablemente, sin tropezar nunca, monte arriba. En un momento determinado Barbro entrevió una tropa que descendía y pensó que se dirigía a librar una última y fantástica batalla en el oeste contra... ¿quién? Alguien que permanecía encajado en hierro y pesar. Más tarde se preguntarla a sí misma el nombre del que la había traído a la tierra de la Antigua Verdad.

Finalmente se alzaron capiteles espléndidos entre las estrellas, las cuales son pequeñas y mágicas y cuyos susurros nos consuelan cuando estamos muertos. Entraron en un patio en el que ardían unas velas sin que su llama oscilara, susurraban los surtidores y cantaban los pájaros. El aire olla a gamarza y a rosas, ya que no todo lo que aquel hombre traía era horrible. Los Moradores esperaban rodeados de belleza para darle la bienvenida. Más allá de su grandeza, los puks corveteaban a través del ocaso; entre los árboles corrían unos chiquillos; la alegría cantaba a través de una música más solemne.

- Hemos llegado...

Súbitamente, inexplicablemente, la voz de Tim fue un graznido. Barbro no estaba segura de cómo la desmontó. Se quedó de pie delante de él y le vio tambalearse.

La invadió el miedo.

- ¿Estas bien? - inquirió, cogiéndole las manos. Las encontró frías y rugosas al tacto. ¿Dónde estaba Sambo? Sus ojos investigaron debajo de la capucha. Con aquella brillante iluminación, tenía que haber visto claramente el rostro de su hombre. Pero aparecía borroso y cambiante -. ¿Qué pasa? ¡Oh! ¿Qué ha ocurrido? - sonrió. ¿Era aquélla la sonrisa que ella había amado? No recordarlo del todo.

- Yo... tengo que... marcharme - tartamudeó, en voz tan baja que Barbro apenas pudo oírle -. No ha llegado aún nuestro momento. - Se desprendió de las manos de ella y se inclinó ante una forma con un traje talar que había aparecido a su lado. Una especie de niebla remolineó sobre las cabezas de los dos -. No me mires mientras me alejo..., fija la mirada en el suelo - suplicó -. Sería la muerte para ti. Hasta que llegue nuestro momento... ¡Allí, nuestro hijo!

Barbro miró a su alrededor. Arrodillándose, abrió sus brazos de par en par. Jimmy chocó contra ella como una sólida y caliente bala de cañón. Acarició los cabellos del niño; besó el hueco de su nuca; y sollozó y musitó palabras ininteligibles; y esto no era ningún recuerdo que se hubiera escabullido burlando su vigilancia. De vez en cuando, mientras comprobaba si el niño había sufrido algún daño - hambre, enfermedad, miedo -, sin encontrar miraba a su alrededor. Los jardines habían desaparecido. No importaba.

- Te he echado mucho de menos, mamá. Quédate.

- Te llevaré a casa, querido.

- Quédate. Aquí es muy divertido. Te lo enseñaré. Pero tienes que quedarte.

Un suspiro llegó a través del crepúsculo. Barbro se puso en pie.

Jimmy se pegó a su mano. La Reina estaba delante de ellos.

Muy alta con su túnica tejida con luces del septentrión, y su corona de estrellas y sus guirnaldas de nunca-me-beses. Su figura recordaba a la Afrodita de Milos, cuyo retrato Barbro había visto a menudo en los reinos de los hombres, salvo que la Reina era más rubia y había más majestad en ella y en los ojos azul-noche. Alrededor de ella los jardines despertaron a una nueva realidad, lo mismo la corte de los Moradores y los capiteles que trepaban hacia el cielo.

- Se bienvenida - dijo la Reina, y su voz era canción para siempre.

Luchando contra su espanto, Barbro dijo:

- Madreluna, permítenos marchar a nuestro hogar.

- Eso no puede ser.

- A nuestro mundo, pequeño y amado - soñó Barbro que suplicaba -, el cual hemos construido para nosotros y para nuestros hijos.

- A días de prisión, noches de angustia, trabajos que se desmenuzan entre los dedos, amores que se convierten en podredumbre, pérdidas, pesares, y una sola seguridad: la de la nada final. No. También tú, Pies Vagabundos, te alegrarás cuando las banderas de nuestro mundo ondeen en la última de las ciudades y el hombre, sepa lo que es estar completamente vivo. Ahora marcha con aquellos que te aleccionarán.

La Reina del Aire y la Oscuridad levantó un brazo, en un gesto de apercibimiento. Pero no llegó ninguna respuesta.

Por encima de los surtidores y las melodías se alzó un horrible estruendo. Las explosiones se hicieron ensordecedoras. Los Outlings se dispersaron, gritando, ante el monstruo de acero que ascendía por la ladera de la montaña. Los puks desaparecieron en medio de un remolino de alas asustadas. Los nicors se lanzaron contra el inanimado invasor y fueron consumidos, hasta que su Madre les ordenó la retirada.

Barbro se arrojó al suelo, protegiendo a Jimmy con su cuerpo. Las torres oscilaron y se derrumbaron, envueltas en humo. La montaña quedó desnuda bajo las lunas heladas. Una ingente multitud corrió a buscar un refugio subterráneo. Algunos eran de sangre humana, otros grotescos como los puks, los nicors y los espectros; pero la mayoría eran delgados, escamosos, con largas colas y largos picos, ni remotamente humanos ni Outlings.

Por un instante, incluso mientras Jimmy gemía contra su pecho - quizá tanto porque el encanto se había roto como porque tenía miedo -, Barbro compadeció a la Reina que permanecía erguida y solitaria en su desnudez. Luego, también ella desapareció.

Las armas enmudecieron; el vehículo se detuvo. De su interior saltó un muchacho que gritó salvajemente:

- Sombra-de-un-Sueño, ¿dónde estás? Soy yo, Mistherd. ¡Oh, vamos, vamos!

De pronto recordó que el lenguaje que habían aprendido no era el del hombre. Repitió su llamada en aquel otro lenguaje hasta que una muchacha surgió de una espesura en la que se había ocultado. Se miraron a través del polvo, del humo y del resplandor de la luna. Ella corrió hacia él.

Una nueva voz ladró desde el vehículo:

- ¡Barbro, aprisa!

Christmas Landing conoció el día: corto en aquella época del año, pero soleado, cielos azules, nubes blancas, agua coruscante, brisas salobres en las concurridas calles, y el mismo desorden en el cuarto de estar de Eric Sherrinford.

Sherrinford cruzó y descruzó las piernas, chupó furiosamente su pipa como para formar un velo delante de su rostro, y dijo:

- ¿Está segura de que se ha repuesto? No debe arriesgarse a esfuerzos excesivos...

- Estoy perfectamente - respondió Barbro Cullen, aunque su tono parecía demostrar lo contrario -. Todavía cansada, sí, y reflejándolo en mi aspecto, sin duda. No se pasa por semejante experiencia sin que queden huellas que no pueden borrarse en una semana. Pero estoy de pie y animada. Y, para ser sincera, tengo que saber lo que ocurrió, lo que va a pasar, para quedar completamente tranquila y recobrar todas mis fuerzas. No he visto una sola noticia en ninguna parte.

- ¿Ha hablado con otras personas del asunto?

- No. Me he limitado a decirles a mis visitantes que estaba demasiado agotada para hablar. Y no faltaba del todo a la verdad. Supuse que habría algún motivo para el silencio.
Sherrinford pareció aliviado.

- Buena chica. Ha sido a petición mía. Imagine la sensación que se producirá cuando esto se haga público. Las autoridades están de acuerdo en que necesitan tiempo para estudiar los hechos y discutirlos en una atmósfera tranquila evitando los histerismos de los primeros momentos. - Frunció ligeramente los labios -. Además, sus nervios y los de Jimmy tendrán ocasión de templarse antes de que caiga sobre ustedes la tormenta periodística. ¿Cómo está el niño?

- Muy bien. Continúa reprochándome que no le deje ir a jugar con sus amigos en el Lugar Maravilloso. Pero, a su edad, no tardará en olvidar.

- Puede encontrarse con ellos más tarde, de todos modos.

- ¿Qué? ¿Acaso no...? - Barbro se removió en su asiento -. Yo también he olvidado. Apenas recuerdo nada de nuestras últimas horas. ¿Se trajo usted algunos humanos raptados?
- No. La impresión que recibieron fue suficientemente fuerte, sin necesidad de recluirlos en una..., una institución. Mistherd, que es básicamente un joven sensible, me aseguró que se las arreglarán para sobrevivir, hasta que el problema se resuelva. - Sherrinford vaciló -. No sé cuál podrá ser la solución. Nadie puede saberlo, tal como están las cosas. Pero, evidentemente, tiene que tender a la reinserción de aquellas personas en la raza humana, o de la mayoría de ellas, especialmente las que no han alcanzado la edad adulta. Aunque es posible que no se sientan a gusto en la civilización. Tal vez sea mejor así en un sentido, dado que necesitaremos algún tipo de enlace mutuamente aceptable con los Moradores.

Su modo impersonal de tratar la cuestión les tranquilizó a los dos. Barbro se sintió con fuerzas para decir:

- Me porté como una tonta, ¿verdad? Recuerdo cómo grité y golpeé mi cabeza contra el suelo.

- ¿Por qué no? - Sherrinford contempló a la mujer y a su orgullo unos instantes. Luego se puso en pie, se acercó a ella y posó una mano sobre su hombro -. La engañaron a usted apelando al más profundo de sus instintos, en un momento de horrible pesadilla. Más tarde; mientras aquel monstruo herido la transportaba, crearon la ilusión de otro ser, alguien que podía saturar sus fuerzas neuro al borde del desequilibrio. Encima de esto, mi llegada, la repentina y brutal eliminación de todas las alucinaciones, debió resultar aniquiladora. No es extraño que gritara usted de dolor. Antes de hacerlo, sin embargo, puso a salvo a Jimmy en el interior del vehículo, subió también usted y no me estorbó lo más mínimo.

- ¿Qué hizo usted?

- Bueno, conducir con la mayor rapidez posible. Al cabo de varias horas, las condiciones atmosféricas me permitieron llamar a Portolondon y pedir un avión con urgencia. No es que fuera de necesidad vital. ¿Qué posibilidad tenía el enemigo de detenernos? Ni siquiera lo intentaron... Pero el rápido traslado resultó beneficioso.

- Imaginé que eso es lo que debió ocurrir - dijo Barbro -. No, me refería a cómo nos encontró en aquella región desconocida.

Sherrinford se apartó un poco de ella.

- Mi prisionero fue mi guía. No creo que yo matara a ninguno de los Moradores que vinieron a negociar conmigo. Espero que no. El vehículo se abrió paso simplemente a través de ellos, tras un par de disparos de advertencia, y luego los dejó atrás. Acero y combustible contra carne: el desenlace no ofrecía duda. En la entrada de la caverna tuve que liquidar a unos cuantos de aquellos seres extravagantes. No me siento orgulloso de ello. - Permaneció silencioso unos instantes -. Pero usted estaba cautiva - añadió finalmente -. Y yo no podía saber lo que pretendían hacerle.

- ¿Cómo consiguió que... el muchacho... cooperase?

Sherrinford se acercó a la ventana y tendió la mirada hacia el Océano Boreal.

- Desconecté el escudo protector de la mente - dijo -. Dejé que los suyos se aproximaran, en pleno esplendor de ilusión. Luego conecté el escudo, y ambos los vimos en su verdadera forma. Mientras nos dirigíamos hacia el norte, le expliqué a Mistherd cómo los de su raza y él habían sido engañados, utilizados, situados en un mundo que nunca existió. Le pregunté si deseaba seguir viviendo de aquella manera, si deseaba que su ser amado siguiera viviendo de aquella manera, hasta morir como animales domésticos: sí, corriendo en libertad limitada sobre sólidas colinas, pero devueltos siempre a la perrera del sueño. - Su pipa humeó furiosamente -. Ojalá no vuelva a ver nunca una amargura semejante. Le habían enseñado a creer que era libre.
Retornó el silencio, encima del tránsito héctico. Carlomagno se acercó más al ocaso; por el este empezaba a oscurecer.

Finalmente, Barbro preguntó:

- ¿Sabe usted por qué?

- ¿Por qué raptaban y criaban así a los niños? En parte porque ello figuraba en el patrón que los Moradores estaban creando; en parte para estudiar y experimentar con miembros de nuestra especie: con sus mentes, no con sus cuerpos; y en parte porque los humanos poseen facultades especiales que podían ser útiles, tales como soportar la luz del día en toda su intensidad.

- Pero ¿cuál era el objetivo final de todo eso?

Sherrinford echó a andar de un lado para otro.

- Desde luego - dijo -, las motivaciones de los aborígenes son oscuras.

»Lo único que podemos hacer es suponer cómo piensan, prescindiendo de cómo sienten. Pero nuestras ideas parecen encajar con los hechos.

»¿Por qué se ocultan del hombre? Sospecho que ellos, o mas bien sus antepasados - ya que no son duendes, sino seres mortales y falibles como nosotros -, sospecho que los nativos sólo se mostraron cautelosos al principio, más cautelosos que los humanos primitivos, aunque algunos de estos últimos se mostraban también muy reacios a dejarse ver por los extranjeros. Espiando, acechando mentalmente, los Moradores de Roland debieron captar lo suficiente para llegar a la conclusión de que el hombre era muy distinto a ellos, y muy poderoso; y que no tardarían en llegar otras naves cargadas de colonos.

»No se les ocurrió que podrían conservar sus tierras. Quizá son todavía más rabiosamente territoriales que nosotros. Decidieron luchar, a su manera. Me atrevería a decir que cuando empecemos a penetrar en su mentalidad, nuestra ciencia psicológica se verá abocada a una revolución como la que desencadenó Copérnico en el campo de la astronomía.

»Y eso no es lo único que aprenderemos - continuó, ahora con visible entusiasmo -. Tienen que haber desarrollado una ciencia propia, una ciencia no humana nacida en un planeta que no es la Tierra. Porque nos observaron tan profundamente como nunca nos hemos observado a nosotros mismos; montaron un plan contra nosotros, un plan que hubiera tardado un siglo o incluso más en quedar completado. Bueno, ¿qué más sabían? ¿Cómo mantenían su civilización sin agricultura visible, sin edificios por encima del suelo, ni minas ni nada? ¿Cómo podían crear especies completamente nuevas? ¡Un millón de preguntas, diez millones de respuestas!

- ¿Podemos aprender algo de ellos? - preguntó Barbro en voz baja -. ¿O sólo podemos dominarlos como ellos temen?

Sherrinford se paró, apoyó un codo en la repisa de la chimenea, chupó pensativamente su pipa y respondió:

- Confío en que nos mostraremos más caritativos que todo eso con un enemigo derrotado. Es lo que ellos son. Intentaron conquistarnos, y fracasaron, y ahora estamos comprometidos en cierto sentido a conquistarlos, para que se reconcilien con la civilización de la máquina. Al fin y al cabo, nunca se portaron con nosotros de un modo tan atroz como nos portamos nosotros con nuestros compañeros en el pasado. Y, repito, podrían enseñarnos cosas maravillosas; y también nosotros podríamos enseñárselas a ellos, una vez hayan aprendido a ser menos intolerantes con un sistema de vida distinto.

- Supongo que podríamos proporcionarles una reserva - dijo Barbro, y no supo por qué Sherrinford replicaba tan bruscamente:

- ¡Dejémosles el honor que se han ganado! Ellos lucharon para salvar el mundo que siempre habían conocido contra eso - hizo un gesto señalando la ciudad -, exactamente lo mismo que habríamos hecho nosotros en su caso. - Suspiró -. Sin embargo, supongo que si ellos hubiesen triunfado, el hombre hubiera terminado por desaparecer de Roland..., pacíficamente, incluso felizmente. Nosotros vivimos con nuestros arquetipos, pero, ¿podemos vivir en ellos?

Barbro sacudió la cabeza.

- Lo siento, no comprendo.

- ¿Qué? - Sherrinford la miró con aire de sorpresa. Luego se echó a reír - Estúpido de mí. He explicado esto a tantos políticos, y científicos, y comisionados, y Dios sabe qué, estos últimos días, que olvidé que no se lo había explicado a usted. Fue una idea mía más bien vaga, mientras estábamos viajando, y no me gusta exponer ideas prematuramente. Ahora que hemos encontrado a los Outlings y les hemos visto en acción, me siento seguro.

Golpeó la cazoleta de su pipa contra la repisa.

- En una medida limitada - continuó -, yo he utilizado un arquetipo durante toda mi vida profesional. El detective racional. No ha sido una postura consciente, sino una simple imagen que se adaptaba a mi personalidad y a mi estilo profesional. Pero provoca una respuesta adecuada de la mayoría de la gente, hayan oído hablar o no del original. El fenómeno no es infrecuente. Conocemos personas que, en grado diverso, nos recuerdan a Cristo, a Buda o, en un plano menos elevado, a Hamlet o a D'Artagnan. Históricas, ficticias y míticas, tales figuras cristalizan aspectos básicos de la psique humana, y cuando nos encontramos con ellas en nuestra experiencia real, nuestra reacción se hace más profunda que la conciencia.

Su tono volvió a hacerse grave:

- El hombre crea también arquetipos que no son individuos. El Alma, la Sombra... y, al parecer, el Más Allá. El mundo de magia, de encanto, con el doble sentido que tiene el vocablo, de seres semihumanos, algunos como Ariel y algunos como Calibán, pero todos libres de fragilidades y pesares mortales: en consecuencia, tal vez, un poco crueles y bastante embaucadores; viviendo en la oscuridad y a la luz de la luna, no verdaderos dioses sino obedientes a gobernantes lo bastante enigmáticos y poderosos para serlo... Sí, nuestra Reina del Aire y la Oscuridad sabía perfectamente qué visiones debía dar a las personas solitarias, qué ilusiones debía tejer en torno a ellas de vez en cuando, qué canciones y leyendas debía implantar entre ellas. Me pregunto hasta qué punto la Reina y sus secuaces conocían los cuentos de hadas humanos, hasta qué punto aportaron su propia inventiva, y hasta qué punto los hombres lo recrearon todo, inconscientemente, a medida que la sensación de vivir en el borde del mundo penetraba en ellos.

Las sombras empezaron a invadir la habitación. El frío se hizo más intenso y los ruidos del tráfico menos audibles. Barbro preguntó en voz baja:

- Pero, ¿a qué podía conducir esto?

- En muchos aspectos - respondió Sherrinford -, el colono del interior ha vuelto a los siglos del oscurantismo. Tiene pocos vecinos apenas recibe noticias de más allá de su horizonte, lucha por sobrevivir en una tierra que no comprende del todo, que cualquier noche puede dejar caer sobre él imprevisibles desastres. La civilización mecánica que le legaron sus antepasados resulta frágil aquí, en el mejor de los casos. Puede perderla, del mismo modo que las naciones perdieron Grecia y Roma en los siglos del oscurantismo. Manipulado de un modo prolongado, intenso y astuto por el Otro Mundo, arquetípico, llegará a creer ciegamente que la magia de la Reina del Aire y la Oscuridad es superior a la energía de los motores; y primero su fe, y finalmente sus actos la seguirán a ella. ¡Oh!, no ocurriría con mucha rapidez. Idealmente, ocurriría con demasiada lentitud para ser observado, especialmente por la gente de la ciudad satisfecha de sí misma. Y cuando se dieran cuenta sería demasiado tarde.

Barbro suspiró.

- Ella me dijo que cuando sus banderas ondearan sobre la última de nuestras ciudades nos alegraríamos.

- Es posible - admitió Sherrinford -. Sin embargo, yo creo en el derecho a escoger el propio destino.

Sacudió su cuerpo, como si se desprendiera de una pesada carga. Golpeó de nuevo la cazoleta de su pipa y se desperezó, músculo por músculo.

- Bueno - dijo -, todo eso no va a ocurrir.

Ella le miró directamente a los ojos.

- Gracias a usted.

El rubor inundó las flacas mejillas de Sherrinford.

- Con el tiempo, estoy seguro de que cualquier otro lo hubiera hecho... Lo que importa es lo que haremos a continuación, y ésa es una decisión demasiado importante para ser adoptada por un hombre o una generación.

Barbro se puso en pie.

- A menos de que la decisión sea personal, Eric - sugirió, sintiendo el calor en su propio rostro.
Resultó curioso ver a Sherrinford súbitamente tímido.

- Tenía la esperanza de que volveríamos a encontrarnos.

- Una esperanza que no se verá defraudada.

Ayoch estaba posado sobre el Túmulo de Wolund. Aurora brillaba tanto, despidiendo tales haces de luz, que casi ocultaba a las lunas menguantes. Los capullos de los estramonios habían caído; unos cuantos resplandecían aún alrededor de las raíces de los árboles, entre gamarzas secas que crujían bajo el pie y olían a madera quemada. El aire continuaba siendo cálido, pero en el horizonte no quedaba ya ningún resplandor.

- Adiós, buena suerte - gritó el puk.

Pero Mistherd y Sombra-de-un-Sueño no volvieron la mirada. Fue como si no se atrevieran a hacerlo. Se alejaron hasta perderse de vista, en dirección al campamento humano cuyas luces parpadeaban como estrellas nuevas allá a lo lejos, al sur.

Ayoch se demoró unos instantes. Sentía que debía ofrecer también una despedida a la que últimamente se había unido a él en aquel sueño en el dolmen. Seguramente que nadie volvería a reunirse aquí por motivos de amor o de magia. Pero sólo pudo recordar un antiguo verso que sirviera para la ocasión.

Se irguió y trinó:

De su seno
ascendió un capullo.
El verano lo agostó.
La canción ha terminado.
Luego extendió sus alas para el largo vuelo final.


FIN

Edición digital: Daniel sierras de Córdoba


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